Queremos, esperamos y exigimos que cambie todo: La sociedad, la política, la economía, las leyes, pero no estamos dispuestos a que cambie nuestro corazón. Ahí justamente comienza el problema, en nuestro corazón.  Alguien dijo, y con acierto, que el corazón de todo problema es siempre un problema del corazón. Son cada vez más comunes la pugna por los derechos de los trabajadores, la liberación femenina, el cuidado de nuestro ecosistema tan dañado por el calentamiento global, ¡y eso es muy bueno!, pero cuando tocan mi bolsillo, cuando se meten en mi matrimonio, cuando me piden que use menos el auto y más la bicicleta… pongo el grito en el cielo y digo que esta medida es injusta y dictatorial. ¿Quién nos entiende?… Evidentemente este estado de inconformismo está implantado en la genética de todo ser humano.

Es este espíritu de queja que caracterizó al hombre y la mujer desde sus inicios. Pero todo parte de nuestro interior. No estamos satisfechos con nosotros mismos. Hemos cavado para nosotros cisternas rotas que no retienen agua, como diría el profeta sagrado, y necesitamos ir cada día a llenar nuestros cántaros a un pozo que nunca sacia. En circunstancias similares, Jesús le dijo a una mujer de Samaria: “El que bebiere del agua que yo le daré no volverá a tener sed jamás”. Entonces sí, con nuestro corazón satisfecho con agua de vida eterna aprenderemos a vivir en paz, con reclamos justos pero en paz, con problemas y tormentas pero en paz, porque tenemos la mirada en la cosas de arriba. Allá arriba existe un cielo donde no hay devaluación ni pancartas en reclamo de los derechos, allí hay justicia, hay amor, hay aceptación, porque es el hogar de Jesús y Él se fue diciendo que quiere llevarnos a todos allá.

Cuando aprendes a fijar tu atención en lo eterno, lo terreno pasa a un segundo plano y comienzas a vivir una vida de verdad, una nueva, de la mano de Jesús. ¿Por qué no lo intentas hoy mismo?

Pensamiento del día:

Mientras no cambie tu corazón no esperes que nada cambie.