Si hay algo que nos cuesta a todos es que nos digan en qué estamos fallando o qué necesitamos cambiar y hacer ajustes. Nuestra naturaleza caída nos lleva a pensar que somos autosuficientes y que los demás deben ajustarse a nuestra forma de ser o nuestras actividades porque son más importantes que las otras. El orgullo te ciega y hace pensar que no tienes errores, que los demás sólo te juzgan y que son ellos los que deben cambiar de actitud y como decimos muchas veces entre los cristianos: “ya maduren, no sean tan débiles en la fe”.

Pero la realidad es que pocos son los que buscan consejos y reconocen la necesidad de ser corregidos, hemos llegado a esta conclusión más bien por el sufrimiento y la necesidad de cambiar porque de lo contrario ya estaríamos en la ruina y no por prudencia. Es de suma importancia que busquemos un auditor para nuestras vidas, alguien de confianza que nos ame y sea maduro espiritualmente, que pueda mostrarnos qué necesitamos cambiar pero al mismo tiempo darnos opciones de qué hacer, porque de nada te sirve que sólo te digan que estás mal pero no te den un camino por dónde ir. El primer examinador y más fiel es Dios mismo, tómate un café con Él y comienza este proceso, pídele que coloque en tu camino a aquellos que te ayudarán a crecer.

¿Puedes quedarte callado cuando te dicen que estás haciendo algo mal?
¿Estás dispuesto a escuchar en qué has fallado para poder cambiar?
¿Eres asertivo al corregir a otros?