Hemos recibido un correo electrónico de un joven amigo oyente de Cumaná, Venezuela. Nos escucha a través de Radio Transmundial. Su consulta es la siguiente: ¿Qué significa tener autoridad en el sentido bíblico por parte de los pastores, diáconos y demás líderes en la iglesia?
Gracias por su consulta amable oyente. Uno de los pasajes bíblicos que más tienen que ver con este asunto es Marcos 10:35-45. La Biblia dice: Entonces Jacobo y Juan, hijos de Zebedeo, se le acercaron, diciendo: Maestro, querríamos que nos hagas lo que pidiéremos. El les dijo: ¿Qué queréis que os haga? Ellos le dijeron: Concédenos que en tu gloria nos sentemos el uno a tu derecha, y el otro a tu izquierda. Entonces Jesús les dijo: No sabéis lo que pedís. ¿Podéis beber del vaso que yo bebo, o ser bautizados con el bautismo con que yo soy bautizado? Ellos dijeron: Podemos. Jesús les dijo: A la verdad, del vaso que yo bebo, beberéis, y con el bautismo con que yo soy bautizado, seréis bautizados; pero el sentaros a mi derecha y a mi izquierda, no es mío darlo, sino a aquellos para quienes está preparado. Cuando lo oyeron los diez, comenzaron a enojarse contra Jacobo y contra Juan. Mas Jesús, llamándolos, les dijo: Sabéis que los que son tenidos por gobernantes de las naciones se enseñorean de ellas, y sus grandes ejercen sobre ellas potestad. Pero no será así entre vosotros, sino que el que quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro servidor, y el que de vosotros quiera ser el primero, será siervo de todos. Porque el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos.
Parte de la naturaleza pecaminosa de todo ser humano es ese profundo deseo por ocupar los primeros lugares, o los lugares de importancia, con el menor esfuerzo posible. No es que sea malo aspirar a ser los primeros o los más importantes. Lo malo está en buscar esas posiciones por medios nada éticos, como la demagogia, la corrupción, los sobornos o cosas así. Los políticos, con pocas pero honrosas excepciones, son los más dados a esto. Los doce apóstoles de Jesús no estaban libres de esta muy humana inclinación. Jesús les había anunciado franca y abiertamente que estaba cercano el momento cuando en Jerusalén iba a ser entregado a los principales sacerdotes y a los fariseos, quienes le iban a escarnecer, azotar y finalmente crucificar, pero que al tercer día iba a resucitar de entre los muertos. Pero este discurso de Jesús, no tenía cabida en la mentalidad de los doce. Para ellos no había otra cosa más importante que saber quien de ellos estaría ocupando los lugares de honor, de importancia, de poder en el reino de los cielos, cuando Jesús sea el Rey. Es en esta línea de pensamiento, que los dos hijos de Zebedeo, Jacobo y Juan, se acerca a Jesús y le dicen: Maestro, querríamos que nos hagas lo que te pidiéremos. El pasaje paralelo en otro Evangelio, en el Evangelio de Mateo, muestra que Jacobo y Juan se valieron de su madre para hacer este pedido a Jesús. El pedido tenía que ver con que en el reino de los cielos, Jacobo y Juan se sienten el uno a la derecha de Jesús y el otro a la izquierda de Jesús. Es decir que Jacobo y Juan querían los puestos más importantes del reino, los puestos de hegemonía, los puestos de poder. Jesús confrontó esta actitud codiciosa de sus dos apóstoles y básicamente les hizo notar que la gloria no viene sino después de la humillación. En esencia Jesús pregunto a sus dos apóstoles: ¿Están dispuestos a soportar la misma humillación que yo estoy pronto a soportar en Jerusalén? Seguramente sin pensar bien en su respuesta, los dos apóstoles dijeron: Podemos. Al oír esta respuesta, Jesús les dijo: Siendo así, ciertamente van a ser humillados en grado sumo, pero de todas maneras, no está en mí asignar los puestos que ustedes quieren porque eso es algo que el Padre celestial lo dará a aquellos para quienes está preparado. ¿Sabe una cosa, amable oyente? La profecía de Jesús en cuanto a la humillación que iban a sufrir Jacobo y Juan, se cumplió totalmente tiempo más tarde, después que Jesús murió, resucitó y fue ascendido a la gloria de su Padre. El Nuevo Testamento relata que Jacobo murió a espada por órdenes de Herodes y después de soportar una terrible persecución, Juan fue desterrado a un inhóspito islote en medio del mar, la isla de Patmos. Todo lo que Jesús dijo se cumplió en su totalidad. Pero cuando los otros diez apóstoles oyeron lo que Jacobo y Juan pidieron a Jesús, ¿sabe lo que hicieron? Comenzaron a enojarse contra ellos. ¿Se ha preguntado por qué? La razón es porque ellos también querían ocupar los lugares que Jacobo y Juan estaban tratando de ocupar. En otras palabras, entre los doce apóstoles hubo una no pequeña lucha de poderes. Al mirar Jesús lo que estaba pasando, llamó a sus apóstoles para darles una lección sobre cómo se llega a tener poder y autoridad en el reino de los cielos, lo cual se aplica también a la iglesia. Jesús dijo: En el mundo, los gobernantes se enseñorean de las naciones, y los que se creen grandes ejercen sobre ellas potestad. Esa es la práctica mundana de los gobernantes incrédulos y de los incrédulos que se dan de grandes. Pero en el reino de los cielos rige una ley totalmente diferente. En el reino de los cielos, y por ende en la iglesia, rige lo que se llama el liderazgo por servicio. ¿Qué significa esto? Pues lo que dijo Jesús: El que quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro servidor, y el que de vosotros quiera ser el primero, será siervo de todos. En el reino de los cielos y también en la iglesia, e inclusive en el hogar, la autoridad y el respeto se gana no por gritar más fuerte que todos, o por enojarse si no hacen lo que uno quiere, o por amenazar con castigo si no se someten a lo que uno quiere, o por otorgar prebendas para mantener la posición de autoridad y respeto. Nada de esto, la autoridad y el respeto se gana por medio de servir a brazo partido a los demás. ¿Sabe quien es el mejor exponente de este principio de liderazgo por servicio? Ningún otro sino el Señor Jesucristo. Él dijo: Porque el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos. Jesús se humilló tanto, no sólo cuando lavó los pies de sus discípulos en la última cena, sino mucho más cuando permitió ser entregado a los principales sacerdotes y a los fariseos, quienes lo entregaron a los romanos con Pilato a la cabeza, para que sea escarnecido, azotado, y condenado a morir por crucifixión. Esto es lo que el Señor Jesucristo tuvo que pagar para poder rescatarnos de las garras del pecado. El Señor Jesucristo pagó el rescate para que nosotros podamos quedar libres del castigo por el pecado, del poder del pecado y en lo futuro, de la presencia misma del pecado. Nadie jamás ha sido tan humillado como el Señor Jesucristo. Pero esto no es el fin de su historia. No olvide el principio del liderazgo por servicio, de la glorificación que sigue a la humillación. Una vez muerto y sepultado, Jesús resucitó al tercer día, y rodeado de gloria estuvo junto a los suyos por cuarenta días y después fue ascendido al cielo, a la gloria que siempre tuvo con su Padre celestial. Allí en el cielo, el Señor Jesucristo es el más importante, es el unigénito del Padre, está rodeado de esplendor y poder inimaginable. La humillación se transformó en gloria. El que de vosotros quiera ser el primero, será siervo de todos. Aplicando este principio a la iglesia, debemos por tanto reconocer que los pastores, diáconos y líderes en general, no deben asumir esos puestos de autoridad y respeto, mediante procedimientos que son propios del mundo, de la forma como en el mundo los gobernantes y los grandes acaparan esos puestos para ellos mismos. El principio bíblico para que un hermano de la congregación llegue a una posición de autoridad y respeto, es por medio del servicio. Esto lo sabía muy bien el apóstol Pablo, y oiga lo que dijo según 1 Corintios 16:15-16. La Biblia dice: Hermanos, ya sabéis que la familia de Estéfanas es las primicias de Acaya, y que ellos se han dedicado al servicio de los santos. Os ruego que os sujetéis a personas como ellos, y a todos los que ayudan y trabajan.
Esta hermosa familia, la familia de Estéfanas, fue la primera familia que recibió a Cristo como Salvador en la región de Acaya, donde estaba la ciudad de Corinto. Fue Pablo quien predicó el Evangelio a la familia de Estéfanas. Tan pronto como esta familia recibió a Cristo como Salvador, ¿a qué se dedicó? El texto dice que se dedicó al servicio de los santos. Los santos no son las imágenes de madera o de piedra o de yeso, a las cuales algunas personas rinden adoración. Esos no son santos sino ídolos. Los santos, según la Biblia somos todos los que hemos recibido a Cristo como Salvador, es decir, los creyentes. La familia de Estéfanas se dedicó entonces a servir a los creyentes. Ante esto, Pablo en su carta a los Corintios ruega que los creyentes reconozcan a la familia de Estéfanas como sus líderes. A esto se refieren las palabras de Pablo cuando dice: Os ruego que os sujetéis a personas como ellos. Pero Pablo va más allá, sentando un principio fundamental para la buena marcha de la iglesia, dice que los creyentes en cualquier iglesia deben someterse a todos los que ayudan y trabajan. Así que los pastores, diáconos y líderes en general en la iglesia, no están allí para ser servidos o para emitir órdenes para que otros hagan el trabajo. Están allí para servir, llegaron a esos puestos por medio de su dedicación al servicio. Los puestos de liderazgo en la iglesia no deben ser llenados por elecciones democráticas, ni por amistad con otros líderes, ni por simpatía, sino única y exclusivamente por servicio.
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