Nos escribe un amigo oyente desde La Paz, Bolivia y dice así: Quiero saludarles y agradecerles por el trabajo que llevan adelante, predicando y enseñando el evangelio. Mi hija escucha su programa todos los días a las 6:30 de la mañana antes de ir al colegio y veo como va creciendo en el conocimiento de la palabra de Dios. Desde hace algún tiempo estamos buscando una congregación donde asistir juntamente con mi familia, pero aún no hemos decidido. He visitado una congregación cristocéntrica donde se ora y adora al Señor, se habla en lenguas y se profetiza sobre hechos que sucederán en la vida de los miembros de la congregación, en la vida de nuestro país, inclusive en el mundo. Particularmente yo no tengo el don de lenguas ni de profecía, pero mi preocupación es lo que dice en Hechos 2:4 cuando el Espíritu Santo llenó a las personas y estas comenzaron a hablar en otras lenguas. En su página web pude leer en la sección de Consultorio Bíblico, la parte de Hechos 2:16-21 donde se explica que los eventos sobrenaturales que tuvieron lugar aquel día fueron un anticipo de lo que hará el Espíritu Santo cuando se cumpla totalmente la profecía de Joel al final de la tribulación y comienzo del milenio. Mi pregunta es entonces: ¿Qué explicación se podría dar a las manifestaciones como lenguas y profecías que se ve en algunas iglesias como la que yo visité? ¿Es real? Pido al Espíritu Santo que me guíe y ponga en mi corazón su voluntad, y quisiera saber si Ustedes me pueden dar su parecer.

Muchas gracias por su testimonio amable oyente. La honra y la gloria son para el Señor. En cuanto a su consulta, debo decirle que los eventos sobrenaturales que acontecieron en el día de Pentecostés, tal cual como los registra Lucas en Hechos 2:2-4, fueron una señal para indicar algo nuevo que Dios estaba haciendo. Lo que estaba comenzando era la iglesia de Cristo. La señal hizo que la gente se quede atónita y perpleja y se vea obligada a hacerse la pregunta: ¿Qué quiere decir esto? Fue en respuesta a esta pregunta que Pedro tomó la palabra y predicó su primer sermón. En la parte inicial de su sermón, Pedro citó la profecía que aparece en Joel 2:28-32, para explicar que los eventos ocurridos en el día de Pentecostés son de la misma clase de eventos que Dios hará justo antes de establecer el reino milenial, lo cual es el tema de la profecía en Joel 2:28-32. En ese tiempo todavía futuro, el Espíritu de Dios será derramado sobre toda carne, tanto hombres como mujeres y profetizarán, los jóvenes verán visiones y los ancianos soñarán sueños. Dios entonces dará prodigios arriba en el cielo y señales abajo en la tierra, sangre y fuego y vapor de humo. El sol se convertirá en tinieblas y la luna en sangre. Esto ocurrirá antes que venga el día del Señor grande y manifiesto. Y todo aquel que invocare el nombre del Señor será salvo. Todo esto tiene su correspondencia con lo que le fue revelado al Apóstol Juan y que consta en el libro de Apocalipsis. En otras palabras, los eventos sobrenaturales que acontecieron en el día de Pentecostés tal cual como aparecen en Hechos 2:2-4, no fueron el cumplimiento de la profecía de Joel, sino solamente una demostración de lo que el Espíritu Santo hará cuando sea derramado sobre toda carne durante el reino milenial de Cristo. En sus notas de estudio, John McArthur, dice al respecto: La profecía de Joel no se cumplirá totalmente sino hasta el reino milenial de Cristo y el juicio final. Pero Pedro, al usar esta profecía en su mensaje, muestra que Pentecostés fue un pre-cumplimiento, una pequeña muestra de lo que sucederá en el reino milenial cuando el Espíritu Santo sea derramado sobre toda carne. De manera que, desde un punto de vista práctico, no se puede fundamentar en el episodio de Hechos 2:2-4 para afirmar que todo creyente hoy en día debe hablar en lenguas, profetizar en el sentido de declarar anticipadamente algún evento que está en el futuro, o saber cosas ocultas o futuras por medio de sueños. Usted me pregunta acerca de qué explicación se debe dar a manifestaciones aparentemente sobrenaturales que ocurren hoy en día en algunas iglesias como hablar en lenguas, profetizar eventos que todavía no han acontecido, soñar cosas que más tarde se cumplen, tener visiones de cosas que están por cumplirse, desmayarse y tantas otras cosas más. Pues, como ya mencioné, prácticas así no pueden sustentarse en la experiencia del día de Pentecostés, porque lo que allí ocurrió fue una señal para indicar que estaba comenzando la iglesia y además fue un anticipo de lo que más tarde, hará el Espíritu Santo cuando se derrame sobre toda carne en el milenio. Además, en el día de Pentecostés, los que estaban presentes en el aposento alto y sobre quienes se derramó el Espíritu Santo, hablaron idiomas que nunca antes lo habían aprendido, no pronunciaron un balbuceo incoherente, como cuando alguien pierde control de sí mismo y entra a un estado de éxtasis. Esto último no fue lo que ocurrió el día de Pentecostés, ni lo que ocurrió todas las veces que el Nuevo Testamento dice que se habló en lenguas.

Por medio del correo electrónico nos ha llegado la siguiente consulta. Escuché su comentario acerca del diezmo y su conclusión fue la siguiente: Los pasajes bíblicos que la iglesia usa para extraer enseñanza sobre lo que se debe devolver al Señor, siempre hablan de ofrendas. Por ejemplo, Romanos 15:26, 1 Corintios 16:1-2; 2 Corintios 8:20. ¿Significa esto que debemos ofrendar y no diezmar?

Gracias por su consulta. De entrada debo decir que este es un asunto bastante controversial. Yo tengo mi convicción personal al respecto, la cual se fundamenta en lo que yo conozco de las Escrituras, pero estoy plenamente consciente de que existen otros fieles hermanos que tienen una convicción diferente sobre el mismo asunto. Es un tema en el cual, al menos yo, no puedo ser dogmático. El Antiguo Testamento contempla entregar a Dios, como mandato, dos diezmos completos y otro más cada tres años. Es decir que por obligación, todo Israelita tenía que dar a Jehová el 23.33% de sus ingresos. Así que no es correcto pensar que los Israelitas daban el 10%, o el diezmo de sus ingresos. Sobre esto, la Ley de Moisés contemplaba entregar a Jehová las primicias, lo cual significa la mejor parte de la cosecha, el ganado, y todo lo demás. A Jehová no se le debían dar las sobras, o lo que ya no sirve, sino lo mejor. Y como si eso fuera poco, sobre todo lo dicho, los Israelitas entregaban ofrendas voluntarias. Por otro lado, el pacto en el cual los Israelitas tenían que dar a Jehová todo lo explicado, era un pacto muy inferior al pacto en el cual estamos hoy en día, porque el pacto en el cual estaos hoy en día es un pacto con mejores promesas, un pacto sellado con la sangre preciosa del Señor Jesucristo, quien murió en la cruz del Calvario. Si en al antiguo pacto, los Israelitas entregaban a Jehová dos diezmos completos por año y uno más cada tres años, y las primicias, y las ofrendas voluntarias, ¿piensa que en el nuevo pacto, nuestro dar al Señor debería ser menos o de menor calidad? Yo personalmente creo que no. Por eso es que en el Nuevo Testamento, Dios deja en libertad al creyente para dar una ofrenda de corazón, no por obligación, sino como una respuesta de gracia a la gracia demostrada previamente por Dios al habernos dado a su Hijo el Señor Jesucristo. Esto ha movido a algunos creyentes, a dar al Señor el 20 o 30 o 40 o 50 o hasta el 90 por ciento de sus ingresos. Este fue el caso de un fiel hombre de negocios de Texas, cuyo apellido era Le Turneau, dueño de una gigantesca empresa que se dedicaba al diseño y construcción de equipo pesado para el movimiento de tierra, como tractores y palas mecánicas. Al final de sus días, este hermano se encontró entregando a la obra del Señor el 90% de sus ganancias, y se quedaba con el 10% de sus ganancias, y con eso vivía de lo mejor. Esto es muy diferente a dar el diezmo y esto es a lo que conduce el ofrendar siguiendo los principios del Nuevo Testamento. Pero si se insiste en el diezmo hoy en día, entonces los hermanos llegarán a pensar que con tal de entregar el 10% de sus ingresos ya han cumplido con el Señor, pero eso ni siquiera es la mitad de lo que por obligación daban a Jehová los Israelitas en el Antiguo Testamento, aunque la triste realidad es que una basta mayoría de creyentes ni siquiera llega a dar el 10% de sus ingresos. Si no estoy equivocado, existen estadísticas en cuanto a que los creyentes dan en promedio apenas del 3 al 4% de sus ingresos, y un buen número de hermanos en la fe no da nada al Señor. Son una minoría los que llegan a dar el 10% y menos aun los que superan esa cifra. Esta es mi convicción, compartida por muchos hermanos en la fe, y ciertamente desaprobada por algunos otros. Si Usted está de acuerdo, Amén. Si no está de acuerdo, respeto su convicción. Que Dios le guíe a formar su propia convicción al respecto.

 

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