A través del correo electrónico se ha comunicado con nosotros un amable oyente para hacernos la siguiente consulta: ¿Qué es el limbo? ¿Existe un lugar así? ¿Es cierto que el Papa actual acaba de negar la existencia del limbo?

Gracias por su consulta amable oyente. Permítame citar textualmente un despacho de prensa de la agencia española EFE, fechado el 20 de Diciembre del 2005, en el cual se responde bastante bien a sus inquietudes. Bajo el título: El limbo cierra sus puertas, dice lo siguiente este despacho de prensa:

El limbo es para la literatura ese lugar de ensoñaciones en el que la mente se desconecta de lo mundano para vagar por los caminos más etéreos.
Sin embargo, para la religión católica, el limbo ha sido hasta ahora el lugar donde iban a residir las almas que, habiendo habitado en la Tierra, han pasado a la otra vida sin tener otro pecado que el original. A partir de ahora y gracias a la intervención de Benedicto XVI, la morada destinada para aquellos deja de tener existencia.
San Agustín describió el limbo como algo muy parecido al infierno, pero menos doloroso físicamente.

Posteriormente, el limbo, cuyo origen etimológico germánico define una frontera o un límite entre dos o más espacios, se dividió a su vez en dos estancias: el limbus patrum, donde se acogían las almas bondadosas que habían tenido la desgracia de vivir antes de la llegada de Cristo y carecían por tanto de bautismo, y el limbo reservado para los niños que morían antes de haber sido bautizados, el limbus infantium.
No existen fundamentos en las Sagradas Escrituras para creer en la existencia de este espacio post mortem. Hay que retrotraerse a los escritos de los Santos Padres para hallar argumentos que lo sustenten, por ejemplo, en los escritos dejados por San Gregorio Nacianceno y San Agustín, quienes hablan de limbo como un estado y lugar a donde se dirigen las almas de los hombres que no han llegado al uso de la razón o que no han sido bautizados, y por tanto mantienen únicamente el pecado original.
Estas almas son privadas de la visión de Dios, que es un don gratuito, no son castigadas con penas de aflicción y pueden gozar de una felicidad natural. Una pacífica morada
Ya el Concilio de Cartago, en el año 418, declaró la idea del limbo como falsa. Sin embargo, en el catecismo de Trento, promulgado después del Concilio de Trento (siglo XVI), al dar explicación de aquellos lugares donde son destinadas las almas privadas de gloria, explica que “hay una tercera clase de cavidad, en donde residían las almas de los Santos antes de la venida de Cristo Señor Nuestro, en donde, sin sentir dolor alguno, sostenidos con la esperanza dichosa de la redención, disfrutan de pacífica morada.
A estas almas piadosas que estaban esperando al Salvador en el seno de Abraham, libertó Cristo Nuestro Señor al bajar a los infiernos” (Catecismo de Trento, parte 1, cap. 6).
En el contexto religioso, el limbo se refiere a un estado después de la muerte que no es ni cielo ni infierno. Hay que tener en cuenta que el limbo nunca ha sido doctrina de la Iglesia Católica sino una proposición ideológica.
Los teólogos utilizaban el concepto del limbo para explicar el destino de los que mueren sin haber cometido pecado mortal, pero sin el bautismo. En la pastoral se hablaba sobre todo de los niños que morían sin haber sido bautizados.
El catecismo del siglo XX, cuyo autor es Pío X (1905), lo expresa claramente: “Los niños muertos sin bautizar van al limbo, donde no gozan de Dios, pero no sufren, porque teniendo el pecado original, y sólo ése, no merecen el cielo, pero tampoco el infierno o el purgatorio”.
Fue tras el Concilio de Vaticano II cuando el concepto del limbo comenzó a ser abandonado, hasta el Catecismo actual donde el destino de los no bautizados, aún sin elaborar, se confía a Dios.
El catecismo destinado al siglo XXI, redactado bajo la autoridad de Juan Pablo II y publicado en 1992, ya no mencionó el limbo y optó por una fórmula abierta: “En cuanto a los niños muertos sin bautismo, la Iglesia sólo puede confiarles a la misericordia de Dios, como de hecho hace en los funerales por sus almas. La gran misericordia de Dios, que desea que todos los hombres se salven, y la ternura de Jesús hacia los niños, que le hizo decir, ‘dejad que los niños se acerquen a mí’, nos permiten esperar que exista una vía de salvación para los niños muertos sin bautismo”.
Ya el antecesor de Benedicto XVI, Juan Pablo II se había planteado la duda acerca de la realidad del limbo y no sólo formuló una idea abierta de este concepto, sino que convocó a una treintena de teólogos para “estudiar la suerte de los muertos sin bautismo”.
Este concepto wojtyliano fue el que inspiró al entonces prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, y hoy Papa, cardenal Joseph Raztinger: “El limbo nunca fue una verdad de fe definida”. Personalmente, hablando más que nunca como teólogo, y no como Prefecto de la Congregación, yo abandonaría esta que siempre fue apenas una hipótesis teológica. Se trata de una tesis secundaria, al servicio de una verdad que es absolutamente primaria para la fe: la importancia del bautismo. Para decirlo con las palabras mismas de Jesús a Nicodemo: “En verdad, en verdad te digo, si alguien no nace del agua y del Espíritu, no puede entrar en el Reino de Dios” (Jn 3,5).
“Abandónese, pues, el concepto del ‘limbo’, si fuera necesario (además los propios teólogos que lo defendían afirmaban, al mismo tiempo, que los padres podrían evitarlo para el hijo por el deseo del bautismo de él y por la oración); mas no se abandone la preocupación que lo sustentaba. El bautismo jamás fue y no será jamás algo accesorio para la fe”. (J. Ratzinger).
La Iglesia no conoce otro medio que el bautismo para asegurar la entrada en el cielo, pero también reconoce que la manera en que Dios interviene para la salvación de las almas no queda reducida a los sacramentos.
Se mantiene que Cristo murió por todos y la vocación de todo hombre es llegar a Dios, por ello la Iglesia confía en el ofrecimiento por parte del Espíritu Santo a todos los seres humanos de la posibilidad de salvación gracias a la misericordia divina y, sobre todo, pensando en los niños que han muerto sin recibir el bautismo.
Joseph Levada, sucesor de Ratzinger como prefecto de la Congregación de la Fe presidirá la Comisión Teológica Internacional donde se debatirá a puerta cerrada uno de los problemas que preocupan a Benedicto XVI, como preocupó a su antecesor, la existencia o no del limbo, además de otras dos cuestiones como “la teología como ciencia de la fe” y “los fundamentos de la ley moral natural”.
Una vez que hayan acordado las conclusiones definitivas, éstas tendrán que pasar por la supervisión de Benedicto XVI, quien parece querer poner fin a esta discusión que ha perdurado durante siglos.
Para la prensa vaticanista, la comisión encargada de este estudio comparte la idea del Papa actual acerca de la escasa importancia del limbo, pero habrá que esperar para saber dónde se reubicarán estas almas que durante siglos han permanecido en este espacio del más allá hacia donde se han dirigido tantas plegarias y donde muchos han depositado sus esperanzas.

Hasta aquí este despacho de prensa. La fecha precisa cuando el Papa Benedicto 16 publicó el decreto aboliendo la existencia del limbo fue el 29 de Noviembre del 2005. En resumen entonces, el limbo existió solamente en la mente de los teólogos católico romanos desde su creación hasta el 29 de Noviembre del 2005 cuando fue abolido. El gran problema que tienen ahora los teólogos católico romanos es decidir donde poner a todas las almas que desde su comienzo hasta el 29 de Noviembre del 2005 estaban morando en el limbo. ¿Irán al cielo? ¿Irán al infierno? ¿O tal vez irán al purgatorio? porque ellos creen en el purgatorio. Es un dilema que debe estar ocupando buena parte del tiempo de los teólogos católico romanos. Pero por otro lado, la Biblia es clara cuando afirma que únicamente existen dos destinos para las almas que salen de este mundo, no importa en qué época de la humanidad. El cielo para los que por fe han aprovechado la gracia de Dios para perdonar el pecado, o el castigo eterno para los que han rechazado el perdón de sus pecados por medio de la obra del Señor Jesucristo en la cruz. No existe lugar intermedio. Así que, amable oyente, depende de la decisión que usted tome con respecto al Señor Jesucristo y su obra en la cruz, para saber si al salir de este mundo va al cielo o al castigo eterno. Mi oración es que todos aquellos que jamás han recibido al Señor Jesucristo como su Salvador, lo hagan lo antes posible, de modo que sus pecados sean perdonados y se selle su destino eterno con Dios en el cielo.

 

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