Nos ha escrito un amigo oyente de Guatemala, Centro América, para pedirnos una explicación del pasaje bíblico que se encuentra en Lucas 5:36-39.
Con mucho gusto amable oyente. Demos lectura al pasaje bíblico que se encuentra en Lucas 5:36-39. La Biblia dice: Les dijo también una parábola: Nadie corta un pedazo de un vestido nuevo y lo pone en un vestido viejo; pues si lo hace, no solamente rompe el nuevo, sino que el remiendo sacado de él no armoniza con el viejo.
Luk 5:37 Y nadie echa vino nuevo en odres viejos; de otra manera, el vino nuevo romperá los odres y se derramará, y los odres se perderán.
Luk 5:38 Mas el vino nuevo en odres nuevos se ha de echar; y lo uno y lo otro se conservan.
Luk 5:39 Y ninguno que beba del añejo, quiere luego el nuevo; porque dice: El añejo es mejor.
En este pasaje bíblico encontramos tres ilustraciones que nos enseñan la verdad en cuanto a que se estaba iniciando una nueva manera de tratar de Dios con la humanidad, o lo que los teólogos llaman una nueva dispensación, la dispensación de la gracia y que esta dispensación no se podía mezclar con la dispensación anterior, la dispensación de la ley. En la primera parábola, el vestido viejo representa la dispensación de la ley, mientras que el vestido nuevo representa la dispensación de la gracia. Las dos dispensaciones son incompatibles. Intentar mezclar las dos dispensaciones es como cortar un pedazo de tela de un vestido nuevo para remendar con ese pedazo de tela un vestido viejo. El resultado es fatal porque el vestido nuevo queda mal porque tiene un agujero y el vestido viejo queda también mal porque el remiendo no armoniza con el vestido viejo. No se puede tomar cosas del cristianismo para imponerlas en el judaísmo. Se echan a perder los dos. En la segunda parábola, los odres viejos representan la dispensación de la ley, los odres nuevos representa la dispensación de la gracia. El vino nuevo representa el rico y fresco mensaje del evangelio. Así como nadie echa vino nuevo en odres viejos, porque al fermentarse el vino nuevo hará que se revienten los odres viejos y se derrame el vino nuevo y se eche a perder los odres viejos, de igual manera no se puede imponer el nuevo y fresco mensaje del evangelio a las viejas y rígidas costumbres de la ley. Lo sensato es poner el vino nuevo en odres nuevos, así, la fermentación del vino nuevo, simplemente hace ensanchar los odres nuevos sin que se revienten y se conservan tanto vino como odres. De igual manera, el mensaje fresco y nuevo del evangelio debe ser administrado dentro de la nueva dispensación, la dispensación de la gracia. Es inútil adaptar las costumbres de la ley a la dispensación de la gracia o las costumbres del cristianismo a la dispensación de la ley. Las dos cosas se excluyen mutuamente. Esto deberían tomar muy en cuenta los que incitan a los creyentes en general a adoptar costumbres y prácticas propias de la ley de Moisés como esto de cuidarse en lo que se come, guardar el séptimo día como día de reposo, la circuncisión y cosas por el estilo. En la tercera parábola, el hombre que está acostumbrado a tomar el vino añejo representa al judío, probablemente escriba o fariseo, acostumbrado a la ley. Este hombre manifiesta un rechazo a dejar el vino añejo y tomar el vino nuevo. Esto ilustra la natural indisposición del judío a dejar lo viejo y adoptar lo nuevo de abandonar el judaísmo y abrazar el cristianismo, de salir de la ley y progresar hacia la gracia.
La segunda consulta de nuestro amigo oyente de Guatemala, Centro América dice así: ¿Por qué dicen que cuando uno acepta al Señor, el Espíritu Santo entra a morar en uno? Pregunto esto porque según Hechos 8:14-17 se ve algo diferente. Allí dice que los creyentes recibieron el Espíritu Santo cuando los apóstoles les impusieron las manos.
El Nuevo Testamento enseña con claridad que el Espíritu Santo hace morada en el creyente el momento que el creyente recibe a Cristo como su Salvador. Observe lo que dice Efesios 1:13 En él también vosotros, habiendo oído la palabra de verdad, el evangelio de vuestra salvación, y habiendo creído en él, fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la promesa,
Cuando una persona oye la palabra de verdad, que no es otra cosa sino el evangelio de Cristo, y entiende el sentido del mensaje y en consecuencia recibe a Cristo como Salvador, depositando su fe en él, creyendo en él, entonces, ese mismo instante es sellado con el Espíritu Santo de la promesa. Esto es lo que está diciendo este texto. Un sello indica posesión y seguridad. La presencia del Espíritu Santo en la vida del creyente, lo cual constituye el sello, es la garantía que tiene el creyente de la seguridad de su salvación. Tanto es así, amable oyente, que el apóstol Pablo dijo que si una persona no tiene al Espíritu Santo morando en su vida, simplemente esa persona no es de Dios. Note lo que dice Romanos 8:9 Mas vosotros no vivís según la carne, sino según el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios mora en vosotros. Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él.
Queda claro entonces que cualquier persona que recibe a Cristo como Salvador tiene el Espíritu Santo morando en su vida desde el mismo instante que toma esa crucial decisión. Muy bien, esta clara enseñanza, sin embargo no nos libera de buscar una explicación a lo que dicen pasajes bíblicos como Hechos 8:14-17, en el cual, parece que no se dieron las cosas como lo hemos afirmado. Qué tal si damos lectura a este pasaje bíblico. La Biblia dice: Cuando los apóstoles que estaban en Jerusalén oyeron que Samaria había recibido la palabra de Dios, enviaron allá a Pedro y a Juan;
Act 8:15 los cuales, habiendo venido, oraron por ellos para que recibiesen el Espíritu Santo;
Act 8:16 porque aún no había descendido sobre ninguno de ellos, sino que solamente habían sido bautizados en el nombre de Jesús.
Act 8:17 Entonces les imponían las manos, y recibían el Espíritu Santo.
Debido a la gran persecución que brotó en Jerusalén en contra de los cristianos, muchos discípulos de Cristo se vieron forzados a salir de Jerusalén. Entre ellos estuvo Felipe, quien llegó a Samaria. Allí en Samaria, Felipe se dedicó a predicar el Evangelio de Cristo. La gente de Samaria respondió maravillosamente, porque Felipe les hablaba con autoridad y con la presencia de señales sobrenaturales. Muchos que tenían demonios eran liberados y muchos paralíticos y cojos eran sanados. Como resultado muchos en Samaria recibieron a Cristo como Salvador y en consecuencia fueron bautizados en agua. Las noticias sobre esto se regaron como pólvora y llegaron a Jerusalén. Al saberlo, los apóstoles enviaron a Pedro y a Juan para ver lo que estaba pasando. Pedro y Juan deben haber confirmado que efectivamente muchos samaritanos habían recibido a Cristo como Salvador. Sin embargo, deben también haber notado que los samaritanos creyentes no tenían al Espíritu Santo morando en sus vidas. Fue así como Pedro y Juan oraron a Dios para pedirle que los samaritanos reciban el Espíritu Santo. Dios respondió esta oración y Pedro y Juan imponían las manos sobre los creyentes samaritanos y éstos recibían el Espíritu Santo. Claramente entonces se observa un lapso de tiempo entre el instante que los creyentes samaritanos recibieron a Cristo como Salvador y el instante de tiempo que recibieron el Espíritu Santo cuando Pedro y Juan les impusieron las manos. ¿Por qué la tardanza? Debe haber una explicación y ciertamente la hay. La explicación toma en cuenta que el libro de los Hechos es un libro histórico y transicional. Esto implica que algunos de los eventos allí relatados sucedieron una sola vez y otros eventos fueron desarrollándose o madurando hasta llegar a su plenitud. Esto último es justamente lo que aconteció con la recepción del Espíritu Santo por parte de los samaritanos. En aquel tiempo la única iglesia que había era la que se hallaba en Jerusalén, formada casi exclusivamente por judíos. Los judíos no tenían buenas relaciones con los samaritanos. Había una rivalidad de siglos entre estos dos pueblos. De pronto, por el ministerio de Felipe, los samaritanos estaban convirtiéndose al Señor, y se corría el riesgo de que se forme dos iglesias, la una con su sede en Jerusalén y la otra con su sede en Samaria. Esto no era deseable bajo ningún punto de vista, porque la iglesia es una sola. La demora en la recepción del Espíritu Santo hasta que vinieron Pedro y Juan de Jerusalén para imponerles las manos sirvió para que los creyentes samaritanos queden identificados con los apóstoles y con la iglesia en Jerusalén a fin de que no surja en Samaria una iglesia rival de la iglesia en Jerusalén. A partir de este momento, los creyentes en Samaria, comenzaron a recibir el Espíritu Santo el mismo instante que recibían a Cristo como Salvador.
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