Para el programa de hoy tenemos varias consultas de una misma persona, las cuales nos han llegado por medio de Internet. La primera dice así: ¿Por qué los hermanos de la iglesia se burlan o miran con asombro a un creyente nuevo o que está mal espiritualmente? ¿Es acaso que la iglesia no está preparada para tratar estos casos?

Gracias por su consulta. Usted tiene toda la razón al cuestionar que los hermanos de una iglesia, quienes se espera que deberían ser maduros en la fe, sin embargo se escandalizan o se burlan o miran con asombro el estilo de vida o el testimonio de un nuevo creyente o de un creyente que tal vez teniendo un buen tiempo ya de creyente, sin embargo está pasando por un mal momento en el sentido espiritual. Puede haber muchas razones para esto, pero tal vez, todas convergen a un desconocimiento de lo que dice la Biblia en varios pasajes, de entre los cuales tomemos Gálatas 6:1 donde leemos lo siguiente: Hermanos,  si alguno fuere sorprendido en alguna falta,  vosotros que sois espirituales,  restauradle con espíritu de mansedumbre,  considerándote a ti mismo,  no sea que tú también seas tentado.

El apóstol Pablo está hablando a creyentes maduros, a creyentes espirituales, es decir a creyentes controlados o llenos del Espíritu Santo. Cuando estos creyentes constatan que otro creyente ha cometido alguna falta, en lugar de escandalizarse, o de burlarse o de asombrarse, deberían hacer lo que ha ordenado el apóstol, es decir, deberían restaurarle. El verbo restaurar, es la traducción de un verbo griego, que literalmente significa remendar, o equipar completamente. Este verbo se usaba para hablar de remendar redes para pescar, o de poner en su lugar a un hueso que por alguna razón se había dislocado. El nuevo creyente, o el creyente que no es tan nuevo pero está viviendo mal espiritualmente, es comparable a una red para pescar, pero que tiene agujeros. Lo que necesita una red así, es ser remendada o estar bien equipada, o ser restaurada, de modo que sirva para atrapar peces. El nuevo creyente, o el creyente que no es tan nuevo pero está viviendo mal espiritualmente, es comparable a un hueso que se ha salido de su lugar, o que se ha descoyuntado. Lo que necesita un hueso descoyuntado es que alguien lo ponga en su lugar, de modo que sea útil para la persona. De igual manera, el creyente nuevo o el creyente que está andando mal espiritualmente necesita un trabajo de restauración para que esté en capacidad de servir o de ser útil en la obra del Señor. Interesante que el verbo restaurar en el texto que fue leído, está conjugado en modo imperativo y en tiempo presente, en el idioma griego, tiene la idea de un presente continuo. Esto significa por un lado que es una orden para los creyentes espirituales y por otro lado sugiere la necesidad de paciencia y perseverancia en el proceso. Así que, en lugar de asombrarnos, murmurar, criticar, escandalizarnos, burlarnos y todo lo demás, de la conducta de un nuevo creyente, debemos restaurarle. Esto es fácil decir, pero es difícil practicar. Por eso, en la mayoría de las iglesias se ve algo opuesto. Cuando se sabe de un creyente desanimado, tal vez por la clase de vida que lleva, en lugar de ayudarle, en lugar de restaurarle, se lo margina, se lo aísla como si tuviera alguna enfermedad contagiosa. Lo único que se logra cuando se hace esto es acabar con el poco ánimo que le queda a ese creyente en dificultades. Bien se ha dicho que la iglesia es el único ejército en el cual se mata a los soldados heridos en lugar de ayudarlos a que se curen. ¡Qué trágico! De manera que, hermanos maduros en la fe, ustedes que son espirituales deben restaurar al hermano que es sorprendido en alguna falta. Deben hacerlo con espíritu de mansedumbre, esto significa con compasión, con amabilidad, con sumo tino, pensado que ustedes también son propensos a cometer la misma falta que ha cometido el que está siendo restaurado. Está mal no hacer nada cuando se detectan las faltas en otros, pero peor es escandalizarse, murmurar, burlarse y condenar. Lo correcto es restaurar con espíritu de mansedumbre.

La segunda consulta es la siguiente: ¿Es requisito para ser salvo asistir a todas las reuniones de la iglesia? 

No, amable oyente. La salvación no es por obras, sino por gracia por medio de la fe. Esto es lo que dice Efesios 2:8-9 en donde leemos lo siguiente: Porque por gracia sois salvos por medio de la fe;  y esto no de vosotros,  pues es don de Dios;  no por obras,  para que nadie se gloríe.

La salvación es un regalo, o un don de Dios. Si hubiera algún requisito que cumplir, ya no sería un regalo o un don de Dios, sino algo que uno merece por haber cumplido con ese requisito. Por eso el texto leído dice: Porque por gracia sois salvos. Esto significa gratuitamente, sin pagar nada, sin cumplir con ningún requisito. Este regalo simplemente se lo recibe por la fe. Es cuestión de creer absolutamente, sin sombra de duda, que el Señor Jesucristo murió en lugar del pecador, para pagar la deuda que el pecador tiene con Dios, porque la Biblia dice que la paga del pecado es muerte. De esta manera, nadie tiene razón para gloriarse o para jactarse de haber sido salvado. Todo es obra de Dios y toda la gloria es para Dios. Yo no fui salvo por haber cumplido con cualquier requisito, sino porque creí y recibí al Señor Jesucristo como mi único y suficiente Salvador. De la misma manera, yo sigo siendo salvo por la eternidad, no por haber cumplido con cualquier requisito, sino porque creí y recibí al Señor Jesucristo como mi único y suficiente Salvador. Pero esto no es todo lo que debo mencionar sobre su consulta. El hecho de ser salvo y continuar siendo salvo por gracia por medio de la fe, aparte de cumplir con cualquier requisito, no significa que puedo vivir como me venga en gana. La persona que es genuinamente salva va a experimentar un vivo deseo por cumplir con todo lo que la Biblia dice y va a tener el poder para hacerlo, a pesar de la oposición de su antigua naturaleza. Siendo así un genuino creyente encontrará textos, como por ejemplo, Hebreos 10:25 donde dice lo siguiente: no dejando de congregarnos,  como algunos tienen por costumbre,  sino exhortándonos;  y tanto más,  cuanto veis que aquel día se acerca.

El genuino creyente tendrá el deseo y el poder para cumplir con el mandato de congregarse con otros creyentes y lo hará con fidelidad, no para ser salvo o para seguir siendo salvo, sino porque ya es salvo. Pongámoslo de esta manera sencilla. Yo no soy salvo por buenas obras, sino que soy salvo para buenas obras, y dentro de esto está el congregarme con otros creyentes con tanta frecuencia como me sea posible.

La tercera consulta dice así: ¿Con quién estaba hablando Dios cuando en Génesis dijo: Hagamos al hombre?

DL Vamos a leer el texto en Génesis 1:26. La Biblia dice: Entonces dijo Dios:  Hagamos al hombre a nuestra imagen,  conforme a nuestra semejanza;  y señoree en los peces del mar,  en las aves de los cielos,  en las bestias,  en toda la tierra,  y en todo animal que se arrastra sobre la tierra.

Cuando ocurrió este episodio, los únicos seres vivientes sobre la faz de la tierra eran las plantas y los animales, aparte de los seres espirituales, como ángeles, Satanás y demonios, por supuesto. De modo que mal podía Dios hablar con las plantas o con los animales o con los seres espirituales, porque ninguna de estas criaturas puede estar en el plano divino para participar en el acto creativo del ser humano. Ni las plantas ni los animales ni los ángeles, ni Satanás ni los demonios tienen poder para crear. Solamente Dios tiene poder para crear. Así que, ¿Con quién hablaba Dios cuando dijo: Hagamos al hombre? Pues hablaba consigo mismo. Antes de llegar a la conclusión que esto no tiene sentido, recuerde que en la deidad, existen tres personas, diferentes entre ellas, pero cada una de la misma esencia y con los mismos atributos. El Padre es Dios, pero es diferente del Hijo y del Espíritu Santo. El Hijo es Dios, pero es diferente del Padre y del Espíritu Santo. El Espíritu Santo es Dios, pero es diferente del Padre y del Hijo. Las tres personas tienen exactamente la misma esencia y los mismos atributos, pero no son tres dioses, sino uno solo. Así que, cuando Dios dijo: Hagamos al hombre, era por ponerlo así, una reunión del más alto nivel en la cual participaron el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Nadie más podía tener parte en esta reunión. Con todo lo que he dicho, no estoy afirmando que la doctrina de la trinidad se demuestra sólo por lo que dice este texto. De ninguna manera. A decir verdad, la doctrina de la trinidad solamente se insinúa en el testimonio del Antiguo Testamento y se comprueba en el testimonio del Nuevo Testamento. Es sencillo mencionar la doctrina de la trinidad, y comprenderla hasta cierto punto, pero es imposible comprenderla en su dimensión absoluta, y esto justamente es lo que ha conducido a muchas sectas falsas a negar rotundamente esta doctrina.

 

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