Un amigo oyente de Quito, Ecuador nos hace la siguiente consulta: Soy creyente, pero hay un hábito malo en mi vida que me cuesta mucho abandonar. Quisiera algún consejo de Ustedes para vencer este mal hábito.

Con mucho gusto amable oyente. A decir verdad, Usted ya ha dado varios pasos para vencer ese mal hábito en su vida cristiana. Uno de ellos es reconocer que tiene ese mal hábito. Esto en sí mismo ya es un progreso. El Espíritu Santo que mora en su vida debe estar haciendo su obra de buscar santidad en Usted, y debe estar constantemente recordándole que Usted está ofendiendo a Dios con aquel mal hábito. Otro paso, es pedir consejo sobre cómo vencer ese mal hábito. La palabra de Dios dice claramente que en Proverbios 11:14: “Donde no hay dirección sabia, caerá el pueblo; mas en la multitud de consejeros hay seguridad.” De modo que amigo oyente, le felicito porque Usted está en el camino correcto para vencer su mal hábito. Los pasos que faltan se podrían resumir en lo siguiente. Primero, Usted necesita confesar a Dios ese mal hábito. Es muy probable que ya lo haya hecho, pero no está por demás insistir sobre ello. Proverbios 28:13 dice: “El que encubre sus pecados no prosperará; mas el que los confiesa y se aparta alcanzará misericordia.” Confesar pecados significa ponerse de acuerdo con Dios en que ese mal hábito ofende a Dios y Usted es el único culpable de ello. Cuando Usted confiesa algo a Dios, no se esconda detrás de algún justificativo para lo que está haciendo. No diga cosas como: Es que yo lo hago porque soy débil o porque todos lo hacen, o porque si no lo hago no voy a ser aceptado por mis amigos, etc. Nada de esto, simplemente hable con Dios en oración y dígale: Yo he hecho esto o aquello, sea específico, mencione el pecado que ha cometido, y diga a Dios: Sé que esto atenta contra tu santidad. Reconozco absolutamente que yo soy el único culpable. Esto es confesar. La palabra de Dios tiene una hermosa promesa para aquellos que de corazón confiesan a Dios su pecado. 1 Juan 1:9 dice: “Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad” La confesión desencadena algunas acciones de parte de Dios. Él nos perdona nuestros pecados y nos limpia de toda maldad. Pero su problema está más allá de la confesión. Su problema parece ser que aunque Usted confiesa de corazón su pecado a Dios, se encuentra que vuelve a cometer el mismo pecado con mucha facilidad. Recuerde que además de confesar el pecado, es necesario apartarse del pecado. Aquí es donde yace su problema. ¿Cómo apartarse de ese pecado que ya ha confesado a Dios? Usted se siente como prisionero de ese hábito. Necesita libertad. La clave para obtener libertad está en conocer a una persona. Note lo que dice Juan 8:36 en palabras del Señor Jesús: “Así que, si el Hijo os libertare, seréis verdaderamente libres” ¿Quiere Usted vivir en libertad del pecado? Pues, para ello debe conocer lo más que pueda a Cristo Jesús. Conózcale no solo como su Salvador, sino también como su libertador del poder del pecado. Mientras más conozca al Hijo de Dios, más libre será del pecado. Por contraste, mientras menos conozca al Hijo de Dios más atado se encontrará al pecado. Para conocer al Hijo de Dios en esta nueva dimensión, Usted necesita conocer lo más que pueda la palabra de Dios. Existe una estrecha relación entre conocer al Hijo de Dios y conocer la palabra de Dios. Recuerde que el Hijo de Dios es la palabra viva de Dios. Por tanto, amigo oyente es necesario que con diligencia Usted se embarque en la preciosa empresa de conocer la palabra de Dios. Observe lo que dice Salmo 119:45 “Y andaré en libertad, porque busqué tus mandamientos” El salmista se embarcó en la noble empresa de indagar, estudiar, memorizar y practicar lo que dice la palabra de Dios. ¿Y qué obtuvo de ello? Pues anduvo en libertad. No había pecado que le esclavice. Esto es maravilloso amable oyente. La gente piensa que por obedecer a Dios va a perder su libertad. Pero la Biblia enseña lo contrario. Por obedecer a Dios una persona se hará totalmente libre. Salmo 119:32 dice: “Por el camino de tus mandamientos correré, cuando ensanches mi corazón.” Si Usted desea ser tan libre que pueda correr por la vida, necesita conocer a fondo la palabra de Dios y vivir en la práctica lo que dice la palabra de Dios. La libertad verdadera consiste en someterse a los mandatos de Dios. Para saber qué es lo que Dios quiere de Usted es necesario que Usted conozca la palabra de Dios. Sobre esta base, éste es mi consejo a Usted amable oyente. ¿Quiere librarse de ese mal hábito que le tiene dominado? Entonces aparte un tiempo durante el día para que lo dedique exclusivamente a la lectura, estudio, memorización, y meditación de la palabra de Dios. Comience a estudiar la palabra de Dios en una manera sistemática, ordenada, completa. Tome un libro de la Biblia y estúdielo de principio a fin. No importa cuánto tiempo le tome. No digo que lo estudie en un solo día, divida su estudio en tantas secciones como sea necesario. Complemente este tiempo con oración. Hable con Dios acerca de lo que Dios le ha hablado por medio de su palabra. Los resultados de esta práctica no aparecerán ni al día siguiente, ni a la semana siguiente, ni al mes siguiente. Es posible que sean varios meses o inclusive años, pero le garantizo que habrá buenos resultados. Bien se ha dicho que un mal hábito en la vida se derrota con un buen hábito. Adopte el buen hábito de apartar un tiempo diario para estar con Dios por medio de su palabra y la oración, y poco a poco notará que ese mal hábito que le está agobiando irá desapareciendo. Usted estará llenando su mente con la palabra de Dios y una mente llena de la palabra de Dios estará llena del Hijo de Dios, y estará llena de Cristo y el resultado será que esa persona piense y actúe como Cristo mismo. Esto es lo que todo creyente necesita.

La segunda consulta para el programa de hoy nos ha llegado desde Bogotá, Colombia y dice así: ¿Tendrán oportunidad de arrepentimiento personas tan malvadas que matan a otros sin piedad, violan niños, y cometen todo tipo de males?

Permítame leer el texto que se encuentra en Lucas 19:10, lo cual servirá de base para mi respuesta. Dice así: “Porque el Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido” Esta fue la conclusión de Jesús al responder a los que murmuraban contra él por canto había entrado a posar con Zaqueo, el rico jefe de los publicanos. En sus palabras, el Hijo del Hombre declara su propósito para venir a este mundo. Vino para buscar y salvar lo que se había perdido. Parte de lo que se había perdido es el pecador Se perdió cuando cayó en pecado. El Hijo del Hombre vino para que el pecador tenga una oportunidad de salvación. Juan 3:17 dice: “Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él.” Con sobrada razón, podemos entonces decir que absolutamente todo pecador en el mundo tiene la misma oportunidad de salvación. No importa si se trata de un pecador empedernido como lo que Usted menciona en su consulta, o un pecador no tan empedernido. A los ojos de Dios, tan pecador es el que toma un arma para matar a un semejante como el que toma un alfiler que no es suyo para llevarse a su casa. No es cuestión de lo que hace el pecador sino de lo que es el pecador. Es cuestión de carácter. El hombre es pecador por naturaleza no por voluntad propia. El hombre peca porque es pecador, no es pecador porque peca. La palabra de Dios dice al respecto en Romanos 3:23: “Por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios.” Todo ser humano es pecador, independientemente de lo que como pecador haya cometido. Lo mismo da estar preso por diez que estar preso por un millón, de todos modos está preso. Así que, amigo oyente, aquellas desdichadas personas que Usted ha visto, hundidas en la podredumbre de su pecado, tienen la misma oportunidad que Usted y que yo para ser salvos, porque Jesucristo vino a este mundo a buscar y a salvar lo que se había perdido. Nuestra responsabilidad como hijos de Dios es orar por ellos y estar atentos para aprovechar cualquier oportunidad que se presente para compartir las buenas nuevas de salvación con ellos.

 

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