Desde San Antonio, Texas, nos ha escrito una amiga oyente para hacernos la siguiente consulta: Cuando me casé no era creyente y tampoco mi esposo. Hoy, gracias a Dios, los dos somos creyentes. Cuando no éramos creyentes, nos casamos por lo civil. Yo amo a mi esposo y me gustaría tener un bonito recuerdo de nuestro matrimonio y por eso mi deseo es casarme en una iglesia, pero mi esposo no está de acuerdo, porque él no le ve la importancia de esto y me dice que no es obligatorio casarse por la iglesia. Mi pregunta es: ¿Qué base bíblica puedo darle a mi esposo para que él vea que casarme en una iglesia es importante para mí y para el Señor?

Gracias por su consulta. Doy gracias a Dios por la salvación suya y de su esposo. Su esposo tiene toda la razón al decir que los que ya se han casado por lo civil, no están obligados a tener un matrimonio eclesiástico, para estar bien casados. En ninguna parte del Nuevo Testamento se encuentra una ordenanza para la iglesia local en el sentido de realizar ceremonias matrimoniales. El Nuevo Testamento habla de solamente dos ordenanzas para la iglesia local. El bautismo en agua y la Cena del Señor. Pero por otro lado, el Nuevo Testamento no condena que se realice matrimonios eclesiásticos en una iglesia local. Es decir que el Nuevo Testamento no ordena ni condena la celebración de matrimonios eclesiásticos en iglesias locales. Esto lleva a la conclusión que los contrayentes tienen plena libertad de tener o no un matrimonio eclesiástico. Mi consejo por tanto es que usted y su esposo dialoguen amigablemente acerca de esto, y lleguen a una decisión de mutuo acuerdo. Todo matrimonio eclesiástico implica gastos que, dependiendo de lo que se planifique, pueden ser muy elevados o razonables. No olvide que habrá que pensar en vestido de novia, traje de novio, flores, personas que oficien la ceremonia, recepción y tantas otras cosas más. Todo esto implica gastos. Pero a la vez, un matrimonio eclesiástico es motivo para el regocijo no sólo entre los familiares de los contrayentes sino también en la familia espiritual en la iglesia local. Otro beneficio de un matrimonio eclesiástico es la gran oportunidad para invitar a parientes y amigos que no son creyentes para que escuchen el evangelio, el cual es parte de la ceremonia nupcial, y sean testigos de los votos de amor, respeto y fidelidad que los contrayentes realizan delante de Dios. Todo esto sin contar con la bendición de recibir regalos de bodas que son infaltables en toda boda. En su caso particular y tal vez en todos los casos en general está el valor sentimental de la boda eclesiástica. Usted anhela tener fotos, videos, recuerdos de la ceremonia nupcial en la iglesia local. No hay nada de malo en esto y esto debería ser su principal argumento para lograr que su esposo esté de acuerdo en tener el matrimonio eclesiástico, pero no olvide que usted no puede obligar a su esposo apelando a algún mandamiento de la palabra de Dios. Usted como esposa tiene la responsabilidad de someterse a su esposo en todo y si después de tratar el asunto con su esposo no logra que su esposo ceda, no permita que esto afecte negativamente la relación con su esposo. Tómelo como que por alguna razón, la voluntad de Dios para usted es que no tenga esta ceremonia nupcial que tanto anhela en la iglesia local. Su esposo debería meditar muy bien este asunto, porque si no tiene buenas razones para negarse a tener un matrimonio eclesiástico, indicaría que tal vez simplemente lo hace por orgullo, porque no quiere y punto y esto no es algo que agrade a Dios. Que Dios les ayude a tomar la mejor decisión.

La siguiente consulta nos llega desde Honduras. Dice así: Ya es casi un año que volví al Señor, pero mi mente todavía no deja de pensar en sexo, y cuando veo a alguna chica, todavía vienen a mi mente pensamientos sucios. Esto me preocupa porque no quiero fallar a Jesús, ni tampoco a mi esposa, pues estoy casado y tengo dos lindos varones que el Señor me a dado. Deme una clave por medio de la palabra para poder salir de esta situación que a veces me asusta pues a Dios no le puedo engañar, y mi deseo es servir al Señor, incluso quiero, si Dios me lo permite, ingresar a una escuela Bíblica para ser un maestro en teología, y no quiero dejar de trabajar para mi DIOS y cumplir este sueño personal.

Gracias por su consulta amable oyente. Le felicito por haberse reconciliado con el Señor. El pecado que ha cometido cuando estaba alejado del Señor deja heridas difíciles de sanar, recuerdos difíciles de olvidar. Esto es parte de las consecuencias del pecado. Números 32:23 dice: Mas si así no lo hacéis,  he aquí habréis pecado ante Jehová;  y sabed que vuestro pecado os alcanzará.

Cuando un hijo de Dios que ha pecado, reconoce su pecado, lo confiesa y se aparta del mismo, es perdonado por Dios, pero tendrá que sufrir las consecuencias del pecado cometido. Esta es la razón por la cual, a pesar de haber vuelto a los caminos del Señor, usted tiene que batallar con sus recuerdos, con sus malos pensamientos. Le felicito por el deseo que tiene de olvidar su vida de pecado, por el anhelo de prepararse para servir al Señor y por el temor de fallar a Dios ofendiéndole con el pecado. Pero sólo el deseo no es suficiente. Para eso necesita echar mano del poder del Espíritu Santo y del testimonio de la palabra de Dios. Con esto en mente, permítame leer lo que dice Romanos 6:11-13 Así también vosotros consideraos muertos al pecado,  pero vivos para Dios en Cristo Jesús,  Señor nuestro.

Rom 6:12  No reine,  pues,  el pecado en vuestro cuerpo mortal,  de modo que lo obedezcáis en sus concupiscencias;

Rom 6:13  ni tampoco presentéis vuestros miembros al pecado como instrumentos de iniquidad,  sino presentaos vosotros mismos a Dios como vivos de entre los muertos,  y vuestros miembros a Dios como instrumentos de justicia.

Lo primero que tiene que hacer es apropiarse por la fe, que ha muerto al pecado. Considerarse muerto al pecado significa tener la seguridad absoluta que el pecado ya no es su amo a quien tiene que obedecer incondicionalmente. Además, tiene que apropiarse por la fe, que está vivo para Dios en Cristo Jesús, Señor nuestro. Considerarse vivo para Dios en Cristo Jesús Señor nuestro, significa tener la seguridad absoluta que Dios es su amo por el hecho que usted ha recibido a Cristo como su Salvador personal. Armado de este pensamiento, es necesario actuar conforme a esto. Por eso Pablo ordena: No reine el pecado en vuestro cuerpo mortal, de modo que lo obedezcáis en sus concupiscencias. El creyente ya no tiene por qué permitir que su tendencia al pecado determine lo que haga o deje de hacer. Antes de recibir a Cristo como Salvador, el creyente estaba acostumbrado a presentar los miembros de su cuerpo para que sean instrumentos de iniquidad. Esto debe cambiar. Pablo dice por tanto: Presentaos vosotros mismos a Dios como vivos de entre los muertos y vuestros miembros a Dios como instrumentos de justicia. Esto significa una decisión voluntaria de entregar la vida a Dios para hacer su voluntad, es decir, una decisión voluntaria de poner a disposición de Dios nuestros miembros del cuerpo para hacer la voluntad de Dios. Esto es lo que necesita hacer amigo oyente. Todo parte de la mente. Allí es donde usted reconoce que ya muerto ha muerto al pecado y que está vivo para Dios en Cristo Jesús. Lo que está en su mente debe reflejarse en su conducta. ¿De qué manera? Pues dejando de presentar los miembros de su cuerpo para cometer pecado y presentando los miembros de su cuerpo para hacer la voluntad de Dios. Usted puede cumplir con esto porque usted es creyente y tiene el poder del Espíritu Santo a su disposición para hacerlo. Yo le aconsejo que llene su mente de la palabra de Dios. El resultado será maravilloso. Note lo que dice Colosenses 3:16 La palabra de Cristo more en abundancia en vosotros,  enseñándoos y exhortándoos unos a otros en toda sabiduría,  cantando con gracia en vuestros corazones al Señor con salmos e himnos y cánticos espirituales.

Para que la palabra de Cristo more en abundancia en su mente, es necesario que oiga la palabra de Dios, lea la palabra de Dios, estudie la palabra de Dios, medite en la palabra de Dios, memorice la palabra de Dios. Mientras más llena esté su mente de la palabra de Dios, menos recordará sus pecados pasados y tendrá menos malos pensamientos. Si a esto añade una vida de oración constante, notará que poco a poco irá ganando la victoria sobre sus malos recuerdos y sobre sus malos pensamientos.

 

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