Desde Guatemala, Centro América, se ha comunicado con nosotros un amable oyente para hacernos la siguiente consulta. Sobre la base de lo que dicen textos como Isaías 53:4 y Mateo 8:17, he oído que nosotros los creyentes no tenemos por qué estar enfermos, pues Cristo al morir en la cruz del Calvario, llevó en su cuerpo toda enfermedad, de modo que los creyentes estemos siempre sanos. Tanto es así, que declaran sanos a los enfermos, pero yo he constatado que los que son declarados sanos siguen estando enfermos. Necesito una explicación.

Gracias por su consulta amable oyente. Vamos a dar lectura al pasaje bíblico que se encuentra en Isaías 53:4-5. La Biblia dice: Ciertamente llevó él nuestras enfermedades,  y sufrió nuestros dolores;  y nosotros le tuvimos por azotado,  por herido de Dios y abatido.

Isa 53:5  Mas él herido fue por nuestras rebeliones,  molido por nuestros pecados;  el castigo de nuestra paz fue sobre él,  y por su llaga fuimos nosotros curados.

Este pasaje bíblico es parte de la sorprendente profecía sobre el Mesías, el Cristo, el Hijo de Dios. En esta parte se nota el sufrimiento vicario de Cristo. Cristo aparece como el sustituto del pecador. En la cruz del Calvario, Cristo llevó nuestras enfermedades y sufrió nuestros dolores. Aunque los verbos se conjugan en tiempo pasado, en realidad predicen acontecimientos futuros al tiempo de Isaías. Esto se cumplió en el tiempo que el Señor Jesús estaba físicamente en este mundo. Isaías profetiza que Cristo sufriría las consecuencias del pecado de los hombres. Las enfermedades y los dolores son consecuencia del pecado. Isaías está usando una figura retórica conocida como metonimia, por la cual se expresa la causa por el efecto. En lugar de mencionar pecado, el efecto, Isaías menciona la enfermedad y el dolor, la causa del pecado. Llevar nuestras enfermedades, o nuestro pecado, alude a la acción que ocurría en la celebración del día de expiación, según la cual el sumo sacerdote imponía sus manos sobre un macho cabrío, en señal de que el pecado estaba siendo puesto sobre ese macho cabrío, luego, este macho cabrío era llevado al desierto en donde se perdía y no volvía jamás al campamento. Un símbolo de que el pecado del pueblo había sido llevado para no volver jamás. Sufrir nuestros dolores, o nuestro pecado, alude a la acción que ocurría cada vez que se ofrecía un sacrificio en el templo. El animal sufría los dolores de la muerte en lugar de la persona por quién se hacía el sacrificio. Cristo en la cruz sufrió los dolores de la muerte en lugar del pecador. Sin embargo, al ver a Cristo llevando nuestras enfermedades y sufriendo nuestros dolores, la gente pensaba que Cristo estaba padeciendo por sus propios pecados, a esto se refiere esa parte que dice: Y nosotros le tuvimos por azotado, por herido de Dios y abatido. Pero la realidad es que Cristo estaba siendo herido por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados. Como un cordero que era sacrificado, Cristo estaba tomando el lugar del pecador, por eso fue herido y molido en la cruz del Calvario. Para que el hombre pecador pueda estar en paz con Dios y pueda ser curado de su pecado, fue necesario que Cristo sea herido y molido en lugar del pecador. Cuando el texto habla de que por su llaga fuimos nosotros curados, no se está refiriendo que por la muerte de Cristo, nosotros podemos ser curados de cualquier enfermedad. La curación no es física, sino espiritual. Fuimos curados de nuestro pecado, esa terrible enfermedad del alma, no del cuerpo. Todo esto queda confirmado por la interpretación de este mismo pasaje bíblico hace el apóstol Pedro en su primera Epístola. 1 Pedro 2:24 dice: quien llevó él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero,  para que nosotros,  estando muertos a los pecados,  vivamos a la justicia;  y por cuya herida fuisteis sanados.

Note que Pedro ya no habla de que Cristo llevó nuestras enfermedades y sufrió nuestros dolores, sino que simplemente declara que Cristo llevó nuestros pecados. Pedro está haciendo referencia a la profecía de Isaías 53:5 cuando habla de que por la herida de Cristo, es decir por su sufrimiento en la cruz, fuimos nosotros sanados. Esta sanidad no es sanidad del cuerpo sino sanidad del alma, el perdón eterno por el pecado, al elevado precio del sufrimiento vicario de Cristo. Ahora estamos a punto para tratar la segunda cita bíblica mencionada por usted. Se encuentra en Mateo 8:16-17. La Biblia dice: Y cuando llegó la noche,  trajeron a él muchos endemoniados;  y con la palabra echó fuera a los demonios,  y sanó a todos los enfermos;

Mat 8:17  para que se cumpliese lo dicho por el profeta Isaías,  cuando dijo:  El mismo tomó nuestras enfermedades,  y llevó nuestras dolencias.

El Señor Jesús había estado manifestando una de las muchas credenciales que le acreditaban como el Cristo, el Mesías, el Rey de Israel, se trata de su poder sobre la enfermedad en general, la cual tiene sus raíces en el pecado. En Mateo capítulo 8 vemos al Señor Jesús sanando a un leproso, luego lo vemos sanando a un criado de un centurión romano, quien estaba postrado en casa, paralítico, gravemente atormentado. Después vemos al Señor Jesús sanando a la suegra de Pedro quien estaba postrada en cama con fiebre. No es de sorprenderse por tanto que al llegar la noche de aquel día, la gente haya traído al Señor Jesús muchos endemoniados que fueron liberados por el Señor Jesús y muchos enfermos que fueron todos sanados por el Señor Jesús. Al mirar lo acontecido, Mateo hace su evaluación de lo que estaba pasando, dice que era el cumplimiento de lo que había dicho el profeta Isaías cuando afirmó: Él mismo tomó nuestras enfermedades y llevó nuestras dolencias. Pero note que el Señor Jesús cumplió esta profecía en su vida mas no en la cruz. El Señor Jesús tomó enfermedades del hombre y llevó dolencias del hombre durante su ministerio en la tierra. No se puede por tanto afirmar que al morir en la cruz del Calvario, el Señor Jesús llevó nuestras enfermedades y sufrió nuestros dolores, de manera que nosotros los creyentes tenemos el derecho de reclamar o hasta demandar sanidad sobre cualquier enfermedad. Si fuera así, todo genuino creyente no enfermaría jamás, pero todos sabemos que hasta los creyentes más fieles a Dios pueden padecer enfermedades que inclusive pueden acarrear la muerte. Dios tiene todo el poder para sanar cualquier enfermedad, pero Él no siempre lo hace, sino solamente cuando eso es su voluntad conforme a su plan soberano y normalmente en respuesta a la oración de los que somos suyos. Santiago 5: 14-15 dice ¿Está alguno enfermo entre vosotros?  Llame a los ancianos de la iglesia,  y oren por él,  ungiéndole con aceite en el nombre del Señor.

Jas 5:15  Y la oración de fe salvará al enfermo,  y el Señor lo levantará;  y si hubiere cometido pecados,  le serán perdonados.

En resumen entonces, la sanidad que está en la obra de Cristo en la cruz, es espiritual, sanidad del alma, perdón eterno de pecado, no sanidad del cuerpo. Dios tiene todo el poder para sanar cualquier enfermedad en cualquier momento y en cualquier circunstancia, y lo hace en su voluntad para cumplir con su plan soberano. A veces su voluntad es no sanar, como usted y yo hemos constatado tantas veces. Al igual que usted, yo también he visto personalmente a creyentes que son declarados sanos por lo que Cristo hizo al morir por ellos en la cruz del Calvario, pero continúan tan enfermos como antes de ser declarados sanos.

Desde Caracas, Venezuela, un amigo oyente nos hace la siguiente consulta: ¿Adónde va el alma de un creyente cuando muere? He oído que va al cielo, ¿Es así?

Cuando un creyente muere, el cuerpo queda en la tierra en cumplimiento de lo que Dios dijo al hombre en Génesis 3:19: pues polvo eres, y al polvo volverás. En la tierra yacerá el cuerpo del creyente hasta el momento de la resurrección. Pero el alma y espíritu del creyente, su parte inmaterial, tiene un destino totalmente diferente. De esto nos habla pasajes bíblicos como 2 Corintios 5:6-9. La Biblia dice: Así que vivimos confiados siempre,  y sabiendo que entre tanto que estamos en el cuerpo,  estamos ausentes del Señor  (porque por fe andamos,  no por vista);  pero confiamos,  y más quisiéramos estar ausentes del cuerpo,  y presentes al Señor.  Por tanto procuramos también,  o ausentes o presentes,  serle agradables. Allí lo tiene amable oyente. Es un hecho que entre tanto que estamos en el cuerpo, estamos ausentes del Señor, pero cuando salgamos del cuerpo, inmediatamente pasamos a la presencia del Señor.

 

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