Nos escribe una amiga oyente quien hace tres años recibió al Señor como su Salvador. Sucede que diez años antes de ser creyente, nuestra amiga oyente se unió a un hombre casado quien había estado separado de su propia esposa por dos años. Con este hombre, nuestra amiga oyente ha procreado una hija. Ahora que es creyente, la amiga oyente reconoce que no está bien delante de Dios estar unida a un hombre casado. El hombre no tiene ninguna relación con su legítima esposa como por veinte años, pero no ha hecho nada por divorciarse de ella. La amiga oyente ha pensado separarse, pero ama a este hombre y desearía seguir viviendo con él, pero casada legítimamente con él. Dice que si se separa de él, ella sufriría mucho y mucho más su hija porque ama mucho a su padre y el padre a ella. Nos pide un consejo.
Comenzaré por agradecer al Señor por su vida. Siempre será motivo de mucho gozo saber que alguien ha recibido al Señor Jesucristo como Salvador. El Señor Jesucristo dijo que habrá más gozo en el cielo por un pecador que se arrepiente que por noventa y nueve justos que no necesitan de arrepentimiento. También me gustaría felicitarle porque percibo en Usted los rasgos de un genuino creyente. Me refiero a su deseo de vivir en santidad, apartándose de todo aquello que no agrada al Señor. Este buen deseo suyo enfrenta dos grandes obstáculos según mi criterio. El primero es el que Usted ya lo ha notado. El hombre con quien está unida está casado con otra mujer. Esto hace que Usted esté viviendo en fornicación. El segundo es que el hombre con quien está viviendo no es creyente, y si Usted se casara con él estaría casándose en yugo desigual porque la Biblia no permite que un creyente se case con un no creyente. Quitar de en medio estos dos obstáculos parece imposible, pero no olvide que Dios es experto en imposibles. Lo ideal sería que Usted se separe inmediatamente de este hombre, se quede con su hija y espere hasta que el este hombre reciba a Cristo como Salvador y también esté en capacidad de contraer matrimonio con Usted, pero lamentablemente no siempre se puede hacer lo que es ideal. Usted ha sido muy franca en cuanto a lo mucho que ama a este hombre y también la estrecha relación que existe entre este hombre y la hija de los dos. Además, aparte de los obstáculos ya anotados, han pasado tanto tiempo juntos que debe ser bastante complejo acabar de pronto con todo. Tal vez ni Usted ni el hombre con quien vive, ni su hija estén preparados para un cambio así de brusco. Algo interesante es lo que dice Pablo en 1 Corintios 7:20 Cada uno en el estado en que fue llamado, en él se quede.
Obviamente, esto se aplica directamente al caso de alguien que siendo esclavo llega a recibir a Cristo. El consejo de Pablo es que se quede en ese estado, como esclavo, pero también, si puede hacerse libre que lo procure más. Con las reservas del caso, tal vez podría aplicar este principio a su caso, en el sentido de mantener la relación con este hombre, pero a la luz de todo lo que enseña la palabra de Dios, procure acercar a Dios a este hombre, mediante su testimonio tanto verbal como práctico, con la esperanza que en algún momento pueda alcanzar la salvación en Cristo de modo que pueda casarse legítimamente con él una vez que él haya dado los pasos necesarios para estar en capacidad de contraer matrimonio. Si este hombre no quiere saber nada de Dios ni de casarse con Usted, me temo mucho que no queda otra alternativa que una separación. En todo caso, le sugiero que busque el consejo de los ancianos o pastores de la iglesia donde se congrega, quienes conociendo más de cerca los hechos, le podrán orientar con mayor eficacia.
La segunda consulta del amigo oyente que hizo la consulta anterior dice así: ¿Qué debe hacer una persona que ha recibido a Cristo como Salvador, pero antes de eso ya había sido bautizada en otra religión? ¿Es necesario que esa persona se bautice otra vez?
Gracias por su consulta. Para fundamentar mi respuesta, permítame leer el texto en Hechos 2: 40-41 Y con otras muchas palabras testificaba y les exhortaba, diciendo: Sed salvos de esta perversa generación.
Act 2:41 Así que, los que recibieron su palabra fueron bautizados; y se añadieron aquel día como tres mil personas.
Este evento ocurrió en el día de Pentecostés, después que el Señor Jesús había ascendido a la gloria de su Padre. Los discípulos del Señor Jesucristo estaban en el aposento alto esperando la promesa de la venida del Espíritu Santo. Cuando el Espíritu Santo vino, vino del cielo un estruendo como de un viento recio que soplaba, el cual llenó toda la casa donde estaban sentados y se les aparecieron lenguas repartidas, como de fuego, asentándose sobre cada uno de ellos. Y fueron todos llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les daba que hablasen. Al mirar lo acontecido, los judíos estaban perplejos esperando una explicación. Fue en estas circunstancias que el apóstol Pedro tomó la palabra y predicó un poderoso mensaje centrado en la persona y obra del Señor Jesucristo. Lucas, el autor del libro de Hechos dice que con otras muchas palabras, Pedro testificaba y les exhortaba, diciendo: Sed salvos de esta perversa generación. Como tres mil judíos recibieron la palabra y en consecuencia recibieron a Cristo como su único y personal Salvador. Inmediatamente después, los discípulos bautizaron a todos los que habían recibido a Cristo como Salvador. Detengamos aquí para reflexionar. Los que oyeron el mensaje y recibieron a Cristo como Salvador, eran judíos. Se supone que deben haber pasado por todos los ritos propios del judaísmo, dentro de ello los bautizos o, mejor, lavamientos ceremoniales. Sin embargo, una vez que llegaron a ser salvos por haber recibido a Cristo como Salvador, no es que se volvieron a bautizar, sino que se bautizaron por primera y única vez. Este principio se debe mantener. Cuando una persona recibe a Cristo como su Salvador personal, debe bautizarse en agua, independientemente de cualquier rito al que se haya sometido en cualquier religión que sea. Si una persona se bautiza en cualquier religión que sea, sin antes haber recibido al Señor Jesucristo como Salvador, ese bautizo no es otra cosa sino un mero remojón. Al recibir a Cristo como Salvador esta persona tendría que bautizarse, no volver a bautizarse porque lo anterior no fue bautismo sino un mero remojón.
La tercera consulta para el programa de hoy dice así: En Romanos 4:5 dice que Dios justifica al impío, pero proverbios 17:15 dice que el que justifica al impío es abominación a Jehová. ¿Cómo puede ser esto?
Comencemos por dar lectura al texto que se encuentra en proverbios 17:15 donde dice:
«El que justifica al impío, y el que condena al justo, ambos son igualmente abominación a Jehová.»
Para entender lo que este proverbio dice es necesario pensar en un juez injusto. ¿Qué es lo que hace injusto a un juez? Pues absolver al culpable, o al impío y condenar al inocente o al justo. Ambas cosas son abominación a Jehová. En la versión Dios habla hoy, lee este proverbio de la siguiente manera:
«perdonar al culpable y condenar al inocente son dos cosas que no soporta el Señor.»
¿Ve Usted el asunto? Ahora vamos a la otra cita mencionada por Usted. Se encuentra en Romanos 4:5 pero para incluir el contexto, leamos desde el versículo 1 hasta el versículo 8, donde dice:
«¿Qué, pues, diremos que halló Abraham, nuestro padre según la carne? porque si Abraham fue justificado por las obras, tiene de qué gloriarse, pero no para con Dios. Porque ¿qué dice la Escritura? Creyó Abraham a Dios, y le fue contado por justicia. pero al que obra, no se le cuenta el salario como gracia, sino como deuda; mas al que no obra, sino cree en aquel que justifica al impío, su fe le es contada por justicia. Como también David habla de la bienaventuranza del hombre a quien Dios atribuye justicia sin obras, diciendo: Bienaventurados aquellos cuyas iniquidades son perdonadas, y cuyos pecados son cubiertos. Bienaventurado el varón a quien el Señor no inculpa de pecado.»
Como bien podrá notar aquí, Dios no está absolviendo a un culpable así como lo haría un juez corrupto. Lo que está pasando es que Dios esta viendo el corazón de un culpable y allí en ese corazón existe fe para reconocer que Cristo recibió en la cruz el castigo que ese pecador culpable merecía por su pecado. Por esta fe, Dios perdona a ese pecador.
La Biblia por tanto declara: Bienaventurados aquellos cuyas iniquidades son perdonadas. Así es como Dios justifica al impío que cree en Cristo como su Salvador. No es que Dios se hace de la vista gorda para dejar pasar el pecado del impío. Dios tuvo que pagar con la vida de su Hijo unigénito, para poder perdonar los pecados del hombre y de esa manera justificar al impío. ¿Ve Usted la diferencia?.
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