Desde Perú nos ha escrito un amable oyente para hacernos la siguiente consulta: ¿Es posible que  yo pueda perder mi salvación?

La palabra de Dios enseña que una vez salvos, somos para siempre salvos. Existe mucha evidencia bíblica que demuestra este hecho. De entre esa mucha evidencia, permítame citar solamente tres pasajes bíblicos.

Juan 10:27-29 dice: «Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen, y yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano. Mi padre que me las dio, es mayor que todos, y nadie las puede arrebatar de la mano de mi padre.»

Si Usted ha recibido a Cristo como su Salvador personal, ha llegado a ser un hijo de Dios y también una oveja de Cristo. Imagine cuánto le ama su pastor que estuvo dispuesto a morir por Usted. Como oveja del rebaño de Cristo, entra a disfrutar de algunos beneficios. Este texto cita al menos lo siguiente: Es conocido por Cristo. Qué importante es en nuestra sociedad el ser conocido de algún personaje importante. Bueno, como hijo de Dios, Usted es conocido de Cristo. Siendo ese el caso, nada ni nadie puede hacer algo contra Usted sin el consentimiento de su pastor. Además, dice el texto que el pastor le da vida eterna. No dice que le dará vida eterna si no peca o si se mantiene fiel hasta el final. Nada de esto. El texto dice simple y llanamente que el pastor, le otorga vida eterna cada instante de su existencia por la eternidad. Otra forma de decir que nadie puede quitarle la vida eterna. Por eso dice el mismo texto que las ovejas del pastor que es Cristo no perecerán jamás. Esto sería suficiente garantía para sentirnos seguros de nuestra salvación, pero el pastor va más allá en su afán para que esté seguro de su salvación eterna. El texto dice que está en la mano del pastor y por tanto, no existe nadie que pueda arrebatarlo de allí en contra de la voluntad del pastor. Si hubiera alguien más fuerte que Cristo podría arrebatarle de la mano de Cristo. Pero ¿quién puede ser más fuerte que Cristo? Absolutamente nadie. Y más aún, además de estar en la mano de Cristo estamos también en la mano del Padre. Cristo y el Padre nos sostienen en su mano. Por eso nuestra salvación está garantizada por la eternidad.

Veamos ahora un segundo texto. Hebreos 10:14 dice: «porque con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados.»

Los santificados de quienes habla este texto, somos todos aquellos que hemos recibido a Cristo como nuestro Salvador. Esta santificación no fue por mérito propio sin porque confiamos en Cristo como nuestro Salvador quien se ofreció a sí mismo por nosotros. Pero note la excelencia de ese sacrificio de Cristo. El texto leído dice que la ofrenda de sí mismo hizo perfectos para siempre a los que hemos creído en él. Perfectos para siempre es otra forma de decir: salvos por la eternidad. De modo que, si Usted ha confiado en Cristo como su Salvador, ha sido hecho perfecto para siempre. No existe la más mínima posibilidad de perder su salvación.

Por último consideremos un tercer texto. Romanos 8:37-39 dice: «Antes, en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó. Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios que es en Cristo Jesús Señor nuestro.»

Casi nada se puede añadir a la contundencia en favor de la seguridad de la salvación de este pasaje bíblico. Si Usted ha recibido a Cristo como Salvador, nada ni nadie, ni Satanás, ni sus demonios, ni siquiera Usted mismo puede hacer que se separe del amor de Dios. La salvación es eterna. Si existiera la posibilidad de que se pierda, no se podría hablar de una salvación eterna.

La segunda consulta para nuestro programa de hoy es la siguiente: ¿Qué debemos entender concretamente cuando la Biblia habla de la blasfemia contra el Espíritu Santo en Lucas 12:10?

Gracias por su consulta amable oyente. Leamos el texto que se encuentra en Lucas 12:10. Dice así: “A todo aquel que dijere alguna palabra contra el Hijo del Hombre, le será perdonado; pero al que blasfemare contra el Espíritu Santo, no le será perdonado.”

Estas palabras fueron dichas por el Señor Jesús. Para entender el significado de ellas, es necesario examinar con detenimiento las circunstancias en las cuales fueron pronunciadas. Para eso es necesario recurrir al Evangelio según Mateo capítulo 12.

Allí, a partir del versículo 22 notaremos que fue traído a Jesús un endemoniado, ciego y mudo. El Señor Jesús le sanó de tal manera que el ciego y mudo veía y hablaba. Al mirar tan singular milagro, mucha gente estaba atónita y se preguntaba: ¿Será éste aquel Hijo de David? En otras palabras, esta gente vio en el Señor Jesús indicios que apuntaban a que él era el Cristo, el Mesías, el Hijo de David, pero no estaban totalmente seguros como para afirmar sin sombra de duda que el Señor Jesús era el Cristo.

Al menos dieron a Jesús el beneficio de la duda. Pero entre la multitud había otros que ni siquiera dieron a al Señor Jesús el beneficio de la duda. A pesar de haber visto con sus propios ojos que el Señor Jesús tenía todas las evidencias que demostraban que él era el Mesías, el Cristo, voluntariamente ignoraron esas evidencias y llegaron a la conclusión que el Señor Jesús echaba fuera demonios por Beelzebú, príncipe de los demonios.

En otras palabras atribuyeron a Satanás el poder que el Señor Jesús tenía para hacer milagros.

Conociendo el pensamiento de estas personas, el Señor Jesús les amonestó severamente en cuanto a lo absurdo de pensar que echaba fuera demonios por el poder de Satanás. Luego afirmó que es por el poder del Espíritu Santo que echaba fuera demonios. Fue el Espíritu Santo quien dio poder al Señor Jesús para que realice todos los milagros que hizo. De esta manera el Espíritu Santo se constituyó en el principal testigo de que el Señor Jesús es el Mesías, el Cristo.

Fue en estas circunstancias cuando el Señor Jesús pronunció las palabras que leímos en Lucas 12:10. En ellas se nota que si una persona niega que el Señor Jesús es el Cristo, por ignorancia, porque nunca le ha visto personalmente y porque nunca ha visto su poder, puede ser perdonada, si se arrepiente por supuesto.

Ese fue el caso de Saulo de Tarso quien fue perdonado a pesar de haber blasfemado contra el Señor Jesús y de haber perseguido a sus discípulos. Note lo que dijo en 1 Timoteo 1:13 donde dice: “habiendo yo sido antes blasfemo, perseguidor e injuriador; mas fui recibido a misericordia porque lo hice por ignorancia, en incredulidad.”

En cambio, si una persona habiendo visto personalmente al Señor Jesús y habiendo estado plenamente conciente que el Señor Jesús es el Cristo, y habiendo voluntariamente rechazado que el Señor Jesús es el Cristo, ha blasfemado contra el Espíritu Santo, porque es el Espíritu Santo quien en último término testifica que el Señor Jesús es el Cristo.

Este fue el caso de los fariseos que habiendo estado con el Señor Jesús y habiendo visto su poder sin igual, sin embargo atribuyeron a Satanás las obras que hacía. De esta manera, voluntariamente rechazaron al Señor Jesús como el Cristo, como el Mesías y al hacerlo blasfemaron contra el Espíritu Santo, pecado que según las palabras del Señor Jesús, jamás les será perdonado.

En conclusión entonces la blasfemia contra el Espíritu Santo es el pecado que cometieron algunos fariseos, quienes a pesar de estar con Jesús y ver con sus propios ojos el poder del Espíritu Santo actuando en él, lo cual era la demostración que él es el Cristo, el Mesías de Israel, sin embargo, voluntariamente atribuyeron a Satanás el poder que actuaba en el Señor Jesús y de esa manera negaron que el Señor Jesús es el Cristo, el Mesías de Israel. Hoy en día nadie, ni creyentes ni incrédulos pueden cometer la blasfemia contra el Espíritu Santo, porque para que este pecado se pueda cometer es necesario que el Señor Jesús esté físicamente presente en este mundo haciendo obras milagrosas, y que viéndolo con sus propios ojos, el pecador llegue a la conclusión que el poder que se manifiesta en el Señor Jesucristo proviene de Satanás. Sin embargo, hay un pecado que no puede ser perdonado y los únicos que pueden cometerlo son los que salen de este mundo sin haber recibido al Señor Jesús como Salvador. Este pecado se llama incredulidad.

 

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