“Pero el que tiene bienes de este mundo, y ve a su hermano en necesidad y cierra su corazón contra él, ¿cómo puede morar el amor de Dios en él?” 1ª Juan 3:17

La Biblia describe un caso típico de aquellas personas de corazón duro en insensible al dolor ajeno, enceguecidos por sus propios prejuicios. Veamos: “Otra vez entró Jesús en la sinagoga; y había allí un hombre que tenía seca una mano. Y le acechaban para ver si en el día de reposo le sanaría, a fin de poder acusarle.

Entonces dijo al hombre que tenía la mano seca: Levántate y ponte en medio. Y les dijo: ¿Es lícito en los días de reposo hacer bien, o hacer mal; salvar la vida, o quitarla? Pero ellos callaban.

Entonces, mirándolos alrededor con enojo, “entristecido por la dureza de sus corazones”, dijo al hombre: Extiende tu mano. Y él la extendió y le fue restaurada sana. (Marcos 3:1–5).

Este es un ejemplo claro de hombres religiosos insensibles al dolor y a la necesidad del prójimo. Les interesaba más respetar el día de reposo que ver a un hombre sano. Jesucristo los describe como personas de corazón duro y los desafía a responder preguntas que les obligaban a mostrar la condición del corazón.

Es increíble que encontremos a personas tan apegadas a la religión y al mismo tiempo tan indiferentes a la condición de un enfermo. Dos cosas sobresalen en este acontecimiento en la vida de Jesús. Se airó y se entristeció. Esta es la respuesta de Cristo a un corazón duro.

No vivamos siendo indiferentes a las necesidades de los que nos rodean, porque provocamos tristeza al corazón de Dios.

Con frecuencia escuchamos decir: “es de un corazón muy duro” al referirse a personas que no son perceptivas respecto a las necesidades de otros o incluso a la misma Palabra de Dios. Hay hombres que se muestran insensibles al dolor humano, a las carencias de sus propios hijos y ante las lágrimas de su cónyuge.

Cuando este mal avanza se pierde la facultad de sentir y la dureza es cada vez más sólida. Los comportamientos llegan a ser tan fríos e indiferentes, que nos asombran las actitudes que observamos en algunas personas.

¿Cómo es que un ser humano llega a ser tan duro?… Es que nos endurecemos cada vez como el hielo de los glaciares, condenados a un enfriamiento crónico, por vivir cada vez más alejados de la fuente de calor. Acércate a Dios. Deja que su amor caliente tu endurecido corazón.

Verás derretirse, poco a poco tu apatía y aprenderás a amar y ser amado.

Pensamiento del día:

Aquel que voluntariamente decide darle la espalda a Dios, observará de frente el endurecimiento paulatino de sus emociones.