Para la religión católico romana, el limbo era el lugar donde iban a residir las almas que, habiendo habitado en la Tierra, han pasado a la otra vida sin tener otro pecado que el original. San Agustín describió el limbo como algo muy parecido al infierno, pero menos doloroso físicamente.
Posteriormente, el limbo se dividió a su vez en dos secciones: el limbus patrum, donde se acogían las almas bondadosas que habían tenido la desgracia de vivir antes de la llegada de Cristo y carecían por tanto de bautismo, y el limbo reservado para los niños que morían antes de haber sido bautizados, el limbus infantium.
No existen fundamentos en la Biblia para creer en la existencia de este lugar post mortem. Hay que referirse a los escritos de los Santos Padres para hallar argumentos que lo sustenten, por ejemplo, en los escritos dejados por San Gregorio Nacianceno y San Agustín, quienes hablan de limbo como un estado y lugar a donde se dirigen las almas de los hombres que no han llegado al uso de la razón o que no han sido bautizados, y por tanto mantienen únicamente el pecado original.
Estas almas son privadas de la visión de Dios, que es un don gratuito, no son castigadas con penas de aflicción y pueden gozar de una felicidad natural.
El Concilio de Cartago, en el año 418, declaró que la idea del limbo era falsa. Sin embargo, en el catecismo de Trento, promulgado después del Concilio de Trento (siglo XVI), al dar explicación de los lugares donde van las almas privadas de gloria, dice lo siguiente “hay una tercera clase de cavidad, en donde residían las almas de los Santos antes de la venida de Cristo Señor Nuestro, en donde, sin sentir dolor alguno, sostenidos con la esperanza dichosa de la redención, disfrutan de pacífica morada.
En el contexto religioso católico romano entonces, el limbo se refiere a un estado después de la muerte que no es ni cielo ni infierno.
Es de mencionar que el Papa Benedicto 16 publicó un decreto aboliendo la existencia del limbo el 29 de noviembre del 2005. En resumen, entonces, el limbo existió solamente en la mente de los teólogos católico romanos desde su creación hasta el 29 de noviembre del 2005 cuando fue abolido. El gran problema que tienen ahora los teólogos católico romanos es decidir dónde poner a todas las almas que desde su comienzo hasta el 29 de noviembre del 2005 estaban morando en el limbo. ¿Irán al cielo? ¿Irán al infierno? ¿O tal vez irán al purgatorio? porque ellos creen en el purgatorio. Es un dilema que debe estar ocupando buena parte del tiempo de los teólogos católico romanos. Pero, por otro lado, la Biblia es clara cuando afirma que únicamente existen dos destinos para las almas que salen de este mundo, no importa en qué época de la humanidad. El cielo para los que por fe han aprovechado la gracia de Dios para perdonar el pecado, o el castigo eterno para los que han rechazado el perdón de sus pecados por medio de la obra del Señor Jesucristo en la cruz. No existe lugar intermedio. Así que, el destino eterno de una persona que sale de este mundo depende única y exclusivamente de la decisión que tome esa persona en cuanto a Cristo. Si lo recibe como Salvador irá al cielo, si rechaza a Cristo como Salvador irá al infierno. No existe lugar intermedio.