La palabra “canon” viene del vocablo griego “kanón”, y éste a su vez procede de la palabra hebrea “Kahneh” que significa “caña” o “vara”. Según el diccionario expositivo de palabras del Nuevo Testamento, de W. E. Vine, la palabra griega “kanón” denotaba originalmente una vara recta, utilizada como regla o instrumento de medida.
En general, este término vino a servir para denotar cualquier cosa que regulase las acciones de los hombres, como norma o principio. Por canonicidad de las Escrituras se quiere decir que, de acuerdo a ciertos patrones establecidos, los libros incluidos en ella son considerados como parte de una revelación divina y completa, la cual, por lo tanto, es autoritativa y obligatoria con relación a la fe y la práctica.
En lo que tiene que ver con el canon del Antiguo Testamento, diremos que el Antiguo Testamento es conocido como La Ley y los Profetas, y su canonicidad descansa en los siguientes argumentos. La ley es autenticada por la aceptación demostrada por el lugar asignado en el templo, la aceptación demostrada por el reconocimiento de su autoridad. Los Profetas son autenticados por la aceptación demostrada al ser colocados en igualdad con la ley,
Además tanto Jesucristo como los apóstoles ratificaron la autenticidad del Antiguo Testamento como la palabra autoritativa de Dios. En relación con el Nuevo Testamento, su canonicidad descansa en los siguientes argumentos. Está constituido por libros escritos por los apóstoles o recibidos como teniendo autoridad divina en la edad apostólica. Por libros valorados en un nivel de autoridad no compartido por otros libros.
Está constituido por libros que llevan evidencia de su propio origen. Por libros garantizados y aprobados por la conciencia cristiana universal. Está constituido por libros con relación a los cuales se le dio a la Iglesia un discernimiento especial para que pudiera discriminar entre lo verdadero y lo falso.
Sobre la base de todo lo mencionado, se demuestra que los libros del Antiguo y Nuevo Testamento, tal como los tenemos en la actualidad. Han sido aceptados en épocas muy tempranas por la Iglesia, como conteniendo la revelación completa de parte de Dios, los cuales fueron escritos por autores humanos inspirados por el Espíritu Santo. Hablando sobre la canonicidad de la Biblia, el autor Griffith Thomas dice lo siguiente en su libro ¿Cuánto Sabe Usted de la Biblia? “La canonicidad ha creado una colección de libros, no una revelación. La canonicidad es análoga a la codificación, e implica la existencia previa de libros separados. La autoridad de cada libro de la Biblia sería la misma, incluso si no hubiera habido compilación o codificación.
De modo que la autoridad no es la de un volumen sino la de una revelación. La revelación no vino a causa de la canonicidad, sino que la canonicidad vino a causa de la revelación; y la Biblia es considerada como revelación, por cuanto es el registro escrito de la manifestación histórica del Redentor y su verdad. Bien se ha dicho que la Biblia no es una colección autorizada de libros, sino una colección de libros autorizados. Esta distinción es vital.
Es esencial recordar que la cualidad que determina la aceptación de un libro es que posea revelación divina. De modo que la canonización no elevó a un libro a la posición de Escritura, sino que reconoció que ya era Escritura. La canonización fue una decisión basada en el testimonio, y el proceso de incluirlos en el canon fue el reconocimiento de un hecho ya existente