La decisión de quedarse soltero toda la vida, al igual que la decisión de terminar con la soltería por medio de un matrimonio, depende de lo que Dios quiere para cada uno, de modo que no es un asunto que se pueda hablar en términos de correcto o incorrecto.
Tal vez sea necesario mirar el asunto desde una perspectiva diferente. Si la voluntad de Dios es que un creyente se case y por alguna razón ese creyente no se casa, eso sería incorrecto. Lo correcto sería que se case. Pero si la voluntad de Dios es que un creyente no se case y ese creyente se casa, eso también sería incorrecto. Lo correcto sería que no se case. ¿Ve el asunto?
La clave está en discernir la voluntad de Dios para saber si Dios quiere que un creyente se case o no se case. El apóstol Pablo trató este tema en su primera carta a los Corintios. Algunos creyentes de la iglesia de Corinto estaban pensando que para servir al Señor adecuadamente deberían ser solteros. Pensaban que los casados no eran dignos de servir al Señor por cuanto tenían que atender a sus respectivas familias.
Pablo corrige esta errada manera de pensar y dice lo que tenemos en 1 Corintios 7:7-9 “Quisiera más bien que todos los hombres fuesen como yo; pero cada uno tiene su propio don de Dios, uno a la verdad de un modo, y otro de otro. Digo, pues a los solteros y a las viudas, que bueno les fuera quedarse como yo; pero si no tienen don de continencia, cásense, pues mejor es casarse que estarse quemando.”
Por razones que más adelante Pablo se encarga de proporcionar en su carta, sugiere, más no ordena, que todos los hombres sean como él. En el momento que Pablo escribió esta carta no tenía a su lado a una hermana en la fe como su esposa. No se puede saber con precisión si Pablo jamás se casó o si habiéndose casado quedó viudo.
En todo caso, en el momento que escribe lo que acabamos de leer no tenía esposa. Siendo así, Pablo dice: Quisiera más bien que todos los hombres fuesen como yo. Si esto fuera todo lo que Pablo dijera sobre este asunto, los que quieren casarse estarían en serios aprietos, peor los que ya somos casados. Gracias a Dios que Pablo no dejó allí su declaración, sino que dice: Pero. Este “pero” es de capital importancia. Pero ¿qué? Cada uno tiene su propio don de Dios, uno a la verdad de un modo, y otro de otro. Un don es una capacidad sobrenatural dada por Dios mediante su Espíritu Santo, a los creyentes para que puedan hacer la voluntad de Dios.
¿De qué don está hablando Pablo? Pues del don de continencia. El don de continencia es la capacidad dada por Dios a algunos creyentes, no a todos, por medio de la cual, esos creyentes tienen el poder de refrenar sus impulsos sexuales, de modo que no necesitan satisfacerlos dentro de la santidad de un matrimonio. Un creyente que tiene esta capacidad, o el don de continencia, haría bien no casándose jamás.
Pero un creyente que no tiene esta capacidad, o el don de continencia, haría bien casándose, porque de otra manera se pondría a sí mismo en peligro de caer en el pecado de fornicación. 1 Corintios 7:1-2 dice: “En cuanto a las cosas de que me escribisteis, bueno le sería al hombre no tocar mujer; pero a causa de las fornicaciones, cada uno tenga su propia mujer, y cada uno tenga su propio marido.”