“El Señor no ve las cosas de la manera en que tú las ves. La gente juzga por las apariencias, pero el Señor mira el corazón.” 1º Samuel 16:7
Las nuevas tecnologías han aportado mucho al mundo de la ciencia. En la arqueología, por ejemplo, las pantallas LIDAR permiten penetrar los mantos forestales tras los que se ocultan pirámides, templos y ciudades enteras ocultas debajo de la jungla.
Es el caso de los nuevos hallazgos de la civilización maya en medio de la selva de Guatemala. Por medio de este laser fue posible descubrir evidencias de verdaderos tesoros que han estado por años y años escondidos entre la forestación que ha crecido sobre ellos. Aunque se ha mapeado sólo un porcentaje de estas antiguas ciudades, estos nuevos métodos prometen hallazgos aún mayores que sorprenderán a la humanidad entera en poco tiempo.
Algunas veces nuestras vidas se parecen a estas antiguas ruinas. Todo lo valioso que somos está cubierto y escondido debajo de otras cosas que tapan dicho valor. Resentimientos, iras contenidas, enojos y heridas van creciendo sobre nuestras personas como capas espesas que nos cubren. Sin embargo, Dios mira mas allá de lo que se ve. No hay apariencias que limiten su mirada.
Ése es el principio que se sostiene en todas las elecciones hechas por Él a lo largo de los tiempos. Vio en un simple pastor de ovejas llamado David a un gran rey conforme a su corazón. En un Moisés, tartamudo y despatriado, vio al mejor líder que haya existido en todos los tiempos.
En Oseas, un profeta casado con una mujer infiel, al mejor portavoz del amor fiel de Dios para nosotros; y en María y José, ciudadanos simples de Belén, a los encargados de criar a su propio Hijo. Y así podríamos continuar la lista solo para encontrar siempre la misma lógica divina.
Hoy la elección de Dios sigue la misma regla. Ve más allá de lo que tú y yo podamos ver y nos valora de modo muy diferente de lo que nuestra historia ha dejado marcado. Nos invita a despojarnos de eso y a vestirnos de lo nuevo que Él tiene para nosotros.
Pensamiento del día:
Lo esencial es invisible a nuestros ojos.