“¿Cómo puedo conocer todos los pecados escondidos en mi corazón? Límpiame de estas faltas ocultas.” Salmo 19:12
Algún experto en el mundo de la ciencia dijo cierta vez: Microscopios pueden resolver el misterio de la cubierta del hombre; pero jamás pueden abrir una ventana en su alma para posibilitar la vista, aunque sea la más pequeña de cualquiera de los horizontes amplios de su ser.
Es sabido que desde su invento el microscopio óptico ha permitido obtener imágenes aumentadas de un objeto por el efecto de la refracción. Galileo Galilei fue un pionero en su uso para la biología. Sin embargo, por más precisión que los actuales y modernos microscopios puedan llegar a tener, ninguno ha alcanzado la propiedad para ver las cosas ocultas del corazón y del alma humana.
La falta de visión “ampliada” de todo lo que habita en nuestro mundo interno, puede tornarse algo peligroso al momento de definirnos o de tomar decisiones. Mayormente somos especialistas en ver (o por lo menos eso creemos) lo que hay en los otros, pero somos a la vez muy limitados para entendernos y conocernos a nosotros mismos. Quizás era el dilema en el que se encontraba el rey David cuando dijo: ¿Quién podrá entender sus propios errores? Líbrame de los que me son ocultos. Las ciencias humanas han hecho avances y aportes novedosos para ayudar al hombre a ampliar su conciencia y el conocimiento de sí; pero lo más oculto, aquello que está en lo profundo de nuestro corazón, es inaccesible… a no ser que intervenga lo divino.
Jesús es LUZ y su Palabra ilumina nuestras mentes para poder “vernos” a través de su óptica. Si estamos dispuestos a permanecer en comunión con Dios, nuestro espíritu alcanza cada vez más y más claridad con respecto a nuestros errores, intenciones y deseos.
Ese ejercicio piadoso nos enfoca en su voluntad y nos sensibiliza para hacer el bien y luchar contra lo injusto. David, había alcanzado un nivel importante en su devoción que aun exponía delante de su Padre los errores que ni siquiera podía llegar a ver de sí.
Daría todo lo que sé por la mitad de todo lo que ignoro. René Descartes