Las pantallas de noticias en Latinoamérica caen continuamente en el descubrimiento de nuevos paraísos fiscales en donde ricos y famosos aseguran sus fortunas. Se les llama así porque justamente son territorios que se caracterizan por aplicar un régimen de tributos o impuestos muy favorables para aquellas empresas o personas que no son de dicho país. Típicamente, estas ventajas consisten en una exención total o una reducción muy significativa en el pago de los principales impuestos, así como el secreto bancario​. De más está decir que es un acto al que considero inmoral, ya que por más controversial que fuera se trata de ocultar las verdaderas cantidades de dinero que se poseen y evadir las responsabilidades político económicas y, sobre todas las cosas, las sociales que implican tener tanta riqueza. ¡Y lo paradójico es que dichos lugares se los llama “paraíso”!

¡Qué distinto el significado de ese paraíso prometido por Jesús a un villano y despreciado ladrón antes de morir! Te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso. Toda la escena era contraria a estas palabras: torturas, burlas, violencia salvaje, abuso de poder por parte del imperio romano y todo un espectáculo desgarrador para quienes amaban a Jesús y aun para los familiares de estos delincuentes. Pero Jesús prometía un Reino que no era de este mundo ni coincidía con reinos capturados por la injusticia como los terrenales. Su promesa abría la puerta de esperanza en medio de la muerte. Sus palabras inspiraban otra oportunidad cuando ese ladrón colgado de una cruz ya daba todo por perdido. La promesa del Señor no correspondía a banalidades fiscales ni paraísos temporales, sino que su provisión de vida trasciende los finitos límites de este mundo y abre el camino a una esperanza ahora y en la eternidad. ¿Quieres tener un paraíso? Abre tu corazón por fe a este Jesús que no cuelga en una cruz indiferente a los fracasos humanos, sino que siempre y para todos ofrece la entrada.

De poco sirve la riqueza en el bolsillo cuando hay pobreza en el corazón.