En estos días corren muchísimas versiones acerca de Dios. Lo cierto es que siempre fue así. Han cambiado las épocas, pero las confusiones y las diferencias siguen preocupando a muchos que intentan descubrir la verdad acerca de la persona y esencia de Dios. A lo largo de la historia de la humanidad fueron surgiendo respuestas que el ser humano creó para conformar alguna cosmovisión posible que describiese quien es Dios. Así surgieron monoteístas, politeístas, deístas, panteístas y tantos otros casos que no es mi objetivo describir en esta Pausa. Por eso decir “creo en Dios” para unos, no es lo mismo que para otros. Dependerá entonces de aquellos conceptos en los que ha depositado su fe y su razón. En este texto bíblico que cita la majestuosa declaración de Juan en el principio de su obra literaria, Dios es el Verbo hecho carne que habitó entre nosotros. ¡Solo la propia inspiración divina pudo haber abierto en su mente tan perfecta descripción acerca de Dios mismo! Sin más vueltas ni intenciones religiosas distorsionadas, Juan dice: Jesús es Verbo, es la Palabra eterna, es Dios mismo hecho hombre traduciéndose a sí mismo en la persona de su Hijo. Rompe así cualquier atisbo de querer usar el nombre de Dios como medio para convencer, dominar o imponer una forma en la que habría que acomodarse.
Dios es revelación constante, su infinitud y eternidad no agotan el significado de quien es Él. Nuestra mente finita simplemente puede acercar o intentar una mera aproximación que lo defina; pero Él trasciende. Es tanto rey como siervo. Es cielo perfecto y es pesebre. Es justicia absoluta y es amor lleno de gracia. Es reino y es cruz. Y sobre todas las cosas, es amor que alcanza y transforma.
“Lo malo de que los hombres hayan dejado de creer en Dios no es que ya no crean en nada, sino que están dispuestos a creer en todo.» (Gilbert Chesterton)