En nuestro mundo híper ocupado, acelerado y en donde nos vemos invadidos de nuestra privacidad cada vez más, necesitamos urgentemente intimidad.

Cerrar la puerta a las urgencias de la vida. Sí, la puerta de las conmociones y agitaciones de este mundo, la puerta de la hipocresía, todas las puertas que obstaculizan la verdadera comunión con el Autor de la vida. Se debe cerrar la puerta, porque todo aquí es así de tierno e íntimo.

Es tu tiempo, tu tiempo a solas con Dios. Aquí un marido no puede tolerar la presencia de su mujer, y aquí la mujer quiere estar a solas. Aquí un hijo o una hija ocultan de los padres lo que él o ella confiesan al omnisciente Dios.

Aquí, ante el rostro de Dios, cada uno está a solas con él. Aquí, la actitud apropiada es la de quedar espiritualmente al descubierto en nuestra vergüenza y miseria, exponiendo nuestro pecado y nuestra culpa, y de desnudarnos de nuestra pretendida justicia ante el Dios que todo lo ve. Detrás de estas puertas cerradas, el pecador experimenta las primeras y últimas luchas que jamás tendrá.

Aquí se derrama el corazón delante de Dios. Aquí, aquellos que a veces están callados no se ven faltos de palabras. Aquí, el más erudito habla el lenguaje de un niño.

Aquí, ninguna oración es demasiado corta ni demasiado larga. Aquí, es a veces imposible dejar de rogar ante el trono de la gracia; y aquí, también, un suspiro o un gemido es más que mil palabras. Aquí el Cielo a veces está muy cerca.

Aquí puedes confesar a Dios lo que no puedes confiar al hombre. Aquí el Señor conoce a todos los suyos: los conoce por sus nombres; sus lágrimas las guarda en su redoma; sus suspiros caen sobre su corazón. Él conoce las luchas de ellos y sabe sus angustias.

Atiende personalmente a cada uno de sus hijos como si solo tuviera a un hijo sobre toda la tierra. Aquel que verdaderamente ora es conocido por Él.

Pensamiento del día:

Es a solas donde puedes confesar a Dios lo que no puedes confiar al hombre.