La búsqueda de poder, de control absoluto, de dominio y de autosuficiencia son tan antiguas como la raza humana.
Escalar autoridad, puestos de liderazgo, lugares de reconocimiento, son todos impulsos que dentro de un grupo pueden ocasionar divisiones y en algunas familias autoritarismo y violencia. Más allá de esto, las relaciones de autoridad son necesarias y cultivar la libertad de opinión en la familia no descarta que haya roles diferentes entre los unos y los otros.
Ser madres y padres es un privilegio dado por Dios, pero también una gran responsabilidad ante nuestros hijos de instruir en el camino correcto, de ser ejemplos y de brindarles seguridad emocional. Eso implica tener la autoridad que ellos necesitan para reconocernos y estar siempre abiertos a nuestros consejos.
Hubo en la Biblia una familia que provocó grandes males por no saber vivir en relaciones de autoridad. Se los llama “Los de Coré”. Hoy podrían ser los Fernández, los Pérez o cualquier otro apellido. Ellos tenían funciones importantes entre el pueblo de Israel, pero evidentemente querían más. La ambición de ellos era ocupar el lugar de Moisés y de Aarón.
Organizan un motín y arrastran a sus familias a sufrir las tristes consecuencias de esta sublevación innecesaria.
Las relaciones entre los unos y los otros, deben estar enmarcadas en el amor, el servicio y la entrega.
Cualquier atisbo de individualidad, ventaja y dominación son señales de una errónea interpretación de la palabra autoridad.
Cada uno de nosotros está llamado a vivir democráticamente en relaciones de ayuda mutua, servicio y armonía. Los padres y las madres establecen la autoridad a través de su ejemplo y su guía.
No son dictadores sino conductores. Cuando nuestros corazones aprenden a tener en cuenta a Dios en todo lo que hacemos, eso nos ubica y genera un espíritu que no necesita pisotear ni desestimar a otros sino a tenerlos en gran estima.
Desarrollemos un carácter sometido a la autoridad de Dios y nuestras rebeldías serán tratadas en Él.
Pensamiento del día:
La soberbia es una discapacidad que suele afectar a aquellos que se encuentran de pronto con una miserable cuota de poder.