“La bondad y el amor me seguirán todos los días de mi vida”. Salmo 23:6 (NVI)

Estamos cerrando este ciclo de reflexiones acerca de la experiencia de un pastor de ovejas como lo fue el rey David y sus majestuosas comparaciones con la relación que Jesús asegura para aquellos que deciden estar en comunión con Él.

Todas las descripciones de los primeros versículos resaltan el cuidado, la protección y la mirada diligente de aquel que no deja que nada malo suceda y se anticipa a los peligros, así como lo hace Dios con su pueblo. Ahora llegando al final de esta poesía, el Salmo 23, el autor da un giro en el discurso.

Ya no habla de lo que el pastor hace sino de los beneficios de los que disfrutan las ovejas que tienen un pastor así. Por eso, su declaración es: El bien y la misericordia me van a seguir todos los días de mi vida (23:6).

Parece arrogante una afirmación así. Sin embargo, David sabía bien Quién era Su Pastor y eso le daba total seguridad. “Vale la pena saber que las ovejas pueden, por mal manejo, ser animales sumamente destructivos.

En poco tiempo pueden arruinar y devastar la tierra casi sin remedio.

Pero en contraste con esto pueden, por otra parte, ser el ganado más beneficioso si se les maneja bien. Su estiércol genera unos de los fertilizantes más ricos para la tierra y en pocos años un rebaño de ovejas bien guiadas puede limpiar y restaurar una parcela de tierra devastada que ningún otro animal podría restaurar”. (Del libro: La vida en el redil)

Este es el efecto de una vida que vive bajo el cuidado y en comunión con Jesús. Recibe bendición por parte de Él; pero a la vez bendice a otros con la bendición con la cual es bendecido.

Parece un juego de palabras y no es más que un circuito que circula desde la tierra hacia el cielo y vuelve a la tierra una y otra vez para que el bien y la misericordia se manifiesten en un mundo carente de ello ¿Te acompañan el bien y la misericordia?

En Jesús puedes vivir con esta seguridad tú también.

Pensamiento del día:

No seas un explotador cómodo de la misericordia divina, sino un receptor que también la traslada a quien más la necesita.