¿Alguna vez te has cruzado en la vida con un ser brillante, de conductas excéntricas, de gran poder de seducción, que terminó siendo un manipulador, egoísta y te llevó al colapso psíquico? No eres raro, sino que eres uno más de los tantos que se cruzan con un psicópata. Dice el doctor argentino Marietan, especialista en el tema que: “El psicópata es un ser distinto. Tiene necesidades especiales, relacionadas con el poder. Puede encontrarse en el ámbito empresarial, político, militar, en los clubes, en distintos estamentos de poder. Pero también pueden querer ejercer el poder dentro del ámbito de su familia. Sin embargo, no tienen por qué ser seres extraños ni asesinos seriales, muchas veces se los percibe como personas comunes, adaptadas a la sociedad. Lo que caracteriza la relación de los psicópatas con sus complementarios es la cosificación. Le quitan al sujeto sus atributos de persona, siempre trabajan para sí mismos, son egoístas acérrimos. Ellos siempre quieren tener razón. La culpa no es de ellos cuando algo sale mal, pero sí es de ellos el crédito cuando los resultados son buenos. Su gama de emociones es baja. El amor, la ternura, la solidaridad, la empatía, el cuidado, la culpa, el remordimiento, la angustia, no existen en su psiquismo. El psicópata es un ser sin angustia. La otra es la ira, tienen grandes ataques de ira cuando no logran satisfacer sus necesidades” (de entrevista diario UNO, junio 2017)
Hoy muchas personas padecen siendo complementarias en estas relaciones. Terminan siendo una “Cosa “para el otro y perdiendo valor, fuerza y autonomía. David, siendo joven antes de convertirse en el rey de Israel, tuvo que enfrentarse con un psicópata como lo fue el rey de turno en ese momento, llamado Saul. Sin embargo y más allá de los ataques que ponían en riesgo su vida, David no se quedó. Salió huyendo de su presencia para resguardar su propia vida y cumplir un proyecto real en sí mismo. Dios nos creó para ser seres libres y emancipados. No para someternos a relaciones de poder y dominio. Solamente Él es nuestro Señor y promete cuidado y refugio para sus hijos.
Para ser libre no solo es necesario despojarse de las propias cadenas sino vivir potenciando la libertad de los otros.