Un columnista de la famosa revista Time, publicó hace unos años un artículo que titulaba:
¿Por qué a mamá le gustas más tú?
Dicha reflexión surgía de una investigación realizada a 400 familias para conocer sus interacciones. Concluyó que ¨El 65% de las madres y el 70% de los padres exhiben preferencia por uno de los hijos, usualmente el mayor”.
El favoritismo es una realidad en todas las familias. A veces se disimulan y otras son tan evidentes que dejan enemistades, celos, envidias y sed de venganza en algunos casos. Así ocurrió en la familia de un joven llamado José.
Era uno de los doce hijos de Jacob. Preferido por su padre, disfrutaba de los privilegios y cuidados en un ambiente familiar tenso y cargado de envidias.
La historia revela un intento de homicidio por parte de estos hermanos quienes tejen un plan para matarlo, pero deciden luego venderlo como esclavo, engañando a su padre y diciéndole que un animal lo había atacado.
Más allá de lo siniestro de este plan, Dios cuida de José y lo exalta poniéndolo en un lugar de privilegio. (Génesis 37-50)
Para pensar ¿Verdad? Los favoritismos hacia los hijos son peligrosos y complicados. Hay factores inconscientes que se juegan a la hora de sentir mayor cercanía emocional con algún hijo más que con otro.
Puede darse el caso de vernos proyectados en alguno de nuestros hijos, justamente por las semejanzas y similitudes de gustos o de carácter y en el que vemos una posible «versión mejorada» de nosotros mismos.
Es una cercanía emocional que nos hace preferir a uno sobre el resto.
Si el otro hijo difiere o se parece al otro progenitor u otro familiar, puede que veamos en él sus carencias, proyectemos los enfados, las tensiones y le restemos atenciones.
De una forma o de otra, luego las rivalidades y enemistades pueden costarnos muy caro. Revisemos nuestra identidad frente a la imagen de Dios en nosotros, sintámonos completos y seguros en Él.
Pensamiento del día:
Dios no tiene favoritos.