El joven Timoteo, pionero cristiano del siglo primero, poseía una fe inquebrantable. Dicha fe, habitó primero en su abuela Loida y luego en su madre Eunice. Él tenía un buen hogar y buenos padres.
Pero no todos tienen ese mismo privilegio. Sabemos que al fraile Martín Lutero le costaba rezar el Padre Nuestro por la débil e incongruente imagen de padre que tenía. Su padre había sido muy severo y castigador, y esa era la referencia que Lutero tenía de la imagen paternal. La palabra “padre”, para él, siempre estaba teñida de severidad.
En una oportunidad, una maestra de escuela dominical, relató la parábola del hijo pródigo a su clase. Terminando con la escena del regreso del hijo al hogar, preguntó a su clase qué pensaban que haría aquel padre: “Molerlo a palos”, contestó uno de los alumnos. Se imaginarán qué clase de padre tendría ese muchacho.
Muchos luchan de por vida con recuerdos de una figura paterna o materna debilitada por el abuso, la violencia, los gritos y los golpes o la austera disciplina. Sin muestras de cariño. Pero cuando Dios tuvo que escoger una figura con la cual relacionarse con sus criaturas, eligió la de padre. Dice Juan 1:12: “Más a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios”.
No sé cómo haya sido tu padre, pero sí te puedo garantizar que Dios cumple todas las expectativas paternales que alguien pueda imaginar. Sentirse su hijo, parte de su familia, es tan alentador… ¡Te sientes tan a gusto y protegido!
El mundo y su momentáneo director, Satanás, te ofrecen seguridad virtual con un récord de sentimientos de soledad y desamparo que amargan tu existencia. Pero cuando acudes por la fe a los brazos del Padre y entras a formar parte de Su familia y habitar en Su hogar, te sientes amado, protegido y satisfecho. No hay nada más lindo que orar cada mañana: “Padre nuestro que estás en los cielos”.
PENSAMIENTO DEL DÍA:
MUCHOS VEN A DIOS COMO CREADOR, ALGUNOS COMO DIOS, MUY POCOS COMO PADRE.