Erróneamente vivimos la vida pensando que ver la Gloria de Dios es para algunos pocos escogidos y señalados especialmente.
O quizá también, esperamos el lejano (o cercano) día cuando estemos en el cielo y podamos ver Su Gloria. Hemos cargado de tanto misticismo esa imagen, que desechamos la posibilidad de vivir viendo la Gloria de Jesús en medio de nuestra vida cotidiana.
Así deambulamos entre problemas, dificultades, crisis y tristezas, viendo solamente eso y hasta allí nomás. El relato de nuestra historia de hoy se desarrolla en un funeral.
Un hombre llamado Lázaro había muerto y sus dos hermanas, María y Marta esperaban que viniera Jesús para seguir llorando, total ya había muerto y no había nada más por hacer.
Sin embargo, ellas sabían y creían que Jesús era el Cristo el Hijo de Dios y que, si Él hubiera estado presente en medio de la enfermedad de su hermano, lo hubiera sanado evitando que falleciera. La fe de ellas llegaba hasta ese punto; pero Jesús quiso llevarlas un poco más allá.
Les ordenó que corrieran la puerta del sepulcro. Cuatro días habían pasado y la descomposición había iniciado su proceso.
Ellas podrían haberse negado a tal pedido. Podrían haber tildado de loco a Jesús o hasta de irrespetuoso ante la muerte. Pero confiaron en Su palabra, permitieron que se moviera la piedra y vieron la gloria de Dios en el momento menos esperado.
Nuestro estereotipo con respecto a cómo Dios obra o debería obrar, limitan la posibilidad de que veamos Su gloria. Encasillamos a Dios en lo que “Debería hacer o haber hecho” en medio de nuestras circunstancias; pero Él quiere mostrarnos otra dimensión mayor.
Nos dice, al igual que a estas dos hermanas, que si creemos…veremos. Fue necesario que primero corriesen la piedra para luego ver el milagro.
Pero lo hicieron porque Jesús era quien se los pedía. Así también nosotros, somos desafiados por Dios a correr piedras solo por fe y entonces, veremos
PENSAMIENTO DEL DÍA:
Gran parte del conocimiento de las cosas divinas se nos escapa por falta de fe. Heráclito