Somos seres creados para depender. Nos lleva toda una vida comprender esta verdad. Lo habrás escuchado, no está de más que otra vez lo consideres. Nacemos con una discapacidad crónica, espiritual, invisible pero real. Ese estado de necesidad nos debería acercar a Dios, nuestro Creador y Dador de la vida.

Pero es ese mismo estado de enemistad con Dios (así lo llama la Biblia) el que nos impide quebrar nuestro obstinado corazón y acudir a Él en busca de socorro.

Es entonces cuando crecemos y enfrentamos crisis mayores, es entonces cuando tenemos que decidir “arreglármelas solito” o levantar la mirada al cielo y decirle a Él “No puedo más. Sálvame”. Alguien dijo, y con razón, que muchas veces Dios tiene que tumbarnos de espaldas al suelo porque es la única manera de mirar hacia arriba.

Tal vez, la evidencia más clara de que estamos conscientes de esa necesidad de Dios, sea nuestra vida de oración. ¿Cómo está? Uno de los momentos más sagrados que un mortal pueda experimentar es el orar comunicándose con su Creador. Pero, lamentablemente, esta práctica sublime se ha mal interpretado y hoy se usa como parte de un ritual mecánico y hueco.

Alguien dijo que la oración es para el espíritu, como el oxígeno para el cuerpo. Sí. La oración es la respiración del alma. Es la evidencia de vida espiritual. Te oxigena, te da aliento, la necesitas para desahogarte. Lo más lindo del momento de orar es que te sientes en contacto con lo eterno. Entras en una dimensión especial, diferente y única. ¡Es increíble, pero así de real!

La historia de la iglesia está engalanada con vidas de hombres y mujeres que marcaron la diferencia. Una mirada a sus biografías descubre el secreto: UNA VIDA DE ORACIÓN EN CRECIMIENTO. Fue el legado de Jesús. Se despidió orando. El relato de Lucas lo describe arrodillado en el huerto de Getsemaní: “a mayor agonía, oraba más intensamente”. ¿No será por eso que vivimos con el alma asfixiada?…

Pensamiento del día:

La medida de un hombre está proporcionalmente calculada por la medida de su vida de oración.