La tristeza por las cosas que perdemos puede hacernos caer en una trampa.

Quedar ligados a recuerdos nostálgicos, culpas innecesarias o malestar físico y espiritual, pueden ser algunos indicadores de seguir apegados a lo que por alguna razón se fue de nosotros.

La vida nos pone en situaciones muchas veces inesperadas. Personas que amábamos se van de nuestro lado. Proyectos de trabajo importantes caen y se desmoronan. La enfermedad interrumpe la salud o tal vez, estemos sufriendo consecuencias de habernos equivocado en algunas decisiones. La historia de David tuvo episodios como estos.

Uno de ellos refiere a la terrible tragedia de perder a un hijo. Creo que no hay mayor dolor que este. Él había decidido mal. Sus pasiones lo cegaron de tal manera que hasta cometió el asesinato de un general de su propio ejército. Había reconocido su maldad.

Estaba muy triste. Lloraba y lamentaba lo que había hecho, pero más aún su corazón se desgarraba de pena por la enfermedad de su hijo recién nacido, quien estaba a punto de morir. Durante siete días clamó y ayunó. Pasaba las noches acostado sobre la tierra pidiendo misericordia.

La realidad fue que al séptimo día el niño murió. Aquellos que lo rodeaban pensaron que el rey moriría también al enterarse de lo sucedido, sin embargo, no fue así. Cuando David se enteró, se levantó, comió y se vistió con ropa nueva. Es maravilloso lo que dice al final de la historia: ¨Yo voy a él, pero él no volverá a mi¨.

Si bien esta historia es particular y muy trágica porque trata de la muerte de un hijo, nosotros también sufrimos la experiencia de cosas perdidas. Intentamos ir a ellas, pero ellas no volverán a nosotros porque ya no están. Las perdimos. De esto también se trata la vida. Soltar y dejar ir es algo así como vestirse de nuevo para recibir también lo nuevo de Dios. Es entrega y aceptación.

PARA PENSAR :

Las circunstancias varían inevitablemente por eso no deben definirnos sino más bien, enseñarnos.