Cuando Jesús se refirió al llamado que todo seguidor genuino de sus palabras debía ejercer lo comparó primero con la sal y luego con la luz. En ese orden. Él dijo que debíamos ser sal en medio de la corrupción reinante en este cosmos y detener, en lo que podamos, su avance. Pero también, al igual que la sal, producir o provocar sed de Dios. Sed al ver nuestras vidas diferentes, de tal manera que los demás nos digan: “Tú eres diferente y yo quiero tener eso que tú tienes. Eso que te cambió el carácter, eso que te cambió tu matrimonio, eso que te cambió la vida. Dame de beber esa agua”. Es entonces cuando nosotros debemos responder con la verdad del evangelio y explicarles el misterio de la reconciliación de Jesús. Es en ese aspecto que ahora dejamos de ser sal y empezamos a ser luz,  alumbrando su confusión y aclarando, con la Palabra de Dios, lo que debe saber respecto al pecado, el destino eterno del alma y la cruz de Jesús. Pero cuando ser refirió a la sal dijo “la sal del  mundo” y cuando se refirió a la luz dijo que debía “resplandecer en medio de una generación maligna y perversa”. Lamentablemente algunos confunden esta comisión y se creen la sal del salero y la luz debajo de una cama. ¿Para que sirve?… Para nada. Iglesias repletas de creyentes cada domingo, son testigos mudos el resto de la semana. Si ellos no dicen que son  cristianos nadie se da cuenta pues sus vidas no producen sed de nada. Se parecen al mundo y hasta viven en sus mismas tinieblas. Así estamos, patas para arriba. No, la luz en las tinieblas resplandece. En medio de otras luces la luz no resplandece, así como no tiene mucho sentido encerrar cristianos en monasterios, e iglesias, o predicarnos a nosotros mismos.

Hay un mundo en tinieblas que muere de sed por no tener el agua de vida eterna y nosotros seguimos siendo un pequeño pueblo muy feliz. ¡Ya basta! Necesitamos que Jesús venga a enseñarnos de nuevo.

Pensamiento del día:

Cuando Él nos envió a pescar hombres, gastamos nuestro tiempo limpiando peceras.