El cuerpo humano es maravilloso. No dejamos de sorprendernos con su perfecta arquitectura ni con su automático funcionamiento. Ni siquiera percibimos conscientemente todo lo que nuestro cuerpo hace regularmente día a día para mantenernos con vida. Una de esas cosas es la respiración. Respirar es sinónimo de vivir. Gracias a la respiración podemos tener energía y logramos llevar a cabo nuestra alimentación y nuestra vida diaria de una manera saludable. Sin embargo, sucede más allá de nosotros. El aire entra activamente en los pulmones al dilatarse la caja torácica y luego sale pasivamente intercambiando así dióxido de carbono por oxígeno.
El oxígeno es transportado en la sangre por una molécula muy conocida, la hemoglobina, de intenso color rojo. En ella hay hierro y es a él al que se une el oxígeno y así sucesivamente instante tras instante, respiramos y vivimos naturalmente a no ser que alguna anomalía interrumpa dicho proceso. Por supuesto, no es mi intención dar una clase de anatomía, no soy yo la persona indicada para hacerlo; pero es el ejemplo más cercano al ejercicio de ORAR. Un ejercicio espiritual que tú puedes practicar para conocer mejor a Dios y mantener una relación con Él a diario.
Jesús, enseñó a orar a sus discípulos practicando Él también la oración hacia Dios su Padre. Apartaba momentos a solas y se mantenía orando aun en las horas más cercanas a la cruz. La oración no es una repetición sin sentido ni un hábito piadoso y religioso, la oración es la vida misma del que dice creer. A veces no tenemos consciencia de lo que Dios va haciendo en nuestras vidas por el solo hecho de orar. ¿Creemos que no nos responde, que no nos escucha, que no sirve de nada orar porque no vemos respuestas evidentes?… Sus oídos siempre están atentos a nosotros. Así como no podemos darnos cuenta de ese intercambio gaseoso que ocurre mientras respiramos, tampoco podemos percibir en su total dimensión lo que va ocurriendo mientras oramos a diario. Tu estatura espiritual va de la mano con el nivel de tu vida de oración.
PENSAMIENTO DEL DÍA:
La oración no cambia a Dios, te cambia a ti.