Uno de los personajes más enigmáticos del Antiguo Testamento de la Biblia es el rey Nabucodonosor de Babilonia. Aunque otros dos grandes imperios arrojaron su sombra sobre el escogido pueblo de Dios en la antigüedad (Israel), a este se le considera el primero en esclavizarlo como nación.

Posteriormente le sucedieron otros tres más que están nombrados en orden en un sueño que este mismo monarca tuvo y está narrado en el capítulo dos del libro de Daniel. Pero no es a este sueño al que quiero referirme en esta ocasión, sino a otro que tuvo en el capítulo cuatro. (Parece que era de mal dormir nuestro amigo).

Un gran árbol crecía hasta el cielo y podía ser visto desde toda la tierra. Pero fue derribado. Sus raíces quedaron en la tierra y luego de siete años volvió a brotar y creció mucho más que antes. ¿Significado?… Fue Daniel, el joven esclavo hecho gobernador, quien recibió del Dios del cielo sabiduría para descifrarlo. ¿El árbol grande? Nabucodonosor. ¿La caída? Su humillación. ¿El motivo? Su soberbia.
Dios esperó en su paciencia doce meses para que este rey soberbio considere la advertencia divina y le atribuya la gloria de su gran imperio a Dios. Pero nada. Fue destronado.

Enfermó de demencia. Vivió en el campo. Comió pasto como un buey, y era más una bestia que un humano. Hasta que “Pasado ese tiempo yo, Nabucodonosor, elevé los ojos al cielo, y recobré el juicio. Entonces alabé al Altísimo; honré y glorifiqué al que vive para siempre: Su dominio es eterno; su reino permanece para siempre.” (Daniel 4:34) Pero tuvo que sufrir para entender que nada sucede, ni bueno ni malo, sin el permiso de Dios.

Tal vez hoy tus finanzas estén prosperando, tu familia luce triunfadora dentro de tu grupo social, tu ministerio cosecha frutos y se expande y tu círculo de amigos te respeta y reconoce tus logros… Dale la gloria a Dios en privado y en público de cada uno de tus triunfos.

De lo contrario tu gran árbol será derribado y tendrás que comer ensalada de pasto también tú.

Pensamiento del día:

“Exalto y glorifico al Rey del cielo, porque siempre procede con rectitud y justicia, y es capaz de humillar a los soberbios”. (Nabucodonosor)