Hace unos años, la televisión encontró mayor audiencia en los famosos reality shows. Evidentemente a los televidentes les atrapa ver por pantalla cómo otras personas resuelven situaciones de la vida cotidiana a través de un programa de T.V. Entre esos, los que hacen referencia a la supervivencia en zonas inhóspitas, son los preferidos.

Mayormente a cada participante le dan posibilidad de elegir una y sola una cosa que pueden llevar en su equipaje para conservar en los días de la travesía. Una vez, jugando con esta pregunta de ¿qué te llevarías tú si fueras participante? Alguien me dijo: Yo me llevaría un espejo.

Fue cómico para mí oír esa respuesta, pero después entendí que lo importante para uno puede que no sea importante para otros. Más allá de la anécdota, el espejo ha sido un elemento culturalmente necesario. En la antigüedad, eran placas de metal pulidas donde la imagen que devolvía el reflejo era sólo una aproximación a lo real.

El contexto en el que este versículo está inmerso hace referencia al modo de ver las cosas aquí en la Tierra. Todo lo que sabemos y conocemos de Dios y de su Plan para nuestras vidas es parcial, es como un reflejo borroso de su Imagen Real.

No podemos conocerlo totalmente en esta experiencia de vida. Veremos plenamente cuando estemos en el cielo. Y esperamos esa promesa de Dios cada día.

Nosotros vemos en parte; pero el Señor no. Él nos conoce plenamente, ¡más aún de lo que podamos imaginarnos! Todos nuestros detalles están minuciosamente tenidos en cuenta por Él. Tus debilidades, tus deseos, tus proyectos inconclusos, tus frustraciones, tus alegrías, tus dolores y tus fortalezas son su especial interés.

Esto nos da seguridad. Su conocimiento nos brinda protección. Entender que somos conocidos nos da sentido de pertenencia en Dios. Abre las puertas de nuestra confianza, ya que todo lo que somos y lo que nos sucede está totalmente (no en parte) puesto delante de Él.

Pensamiento del día:

Nosotros vemos en parte; pero el Señor no.