De acuerdo a la óptica con que se mire el pecado recibe diferentes nombres. Dios lo llama de una manera, obvio la manera correcta, pero el hombre de otra. El hombre lo llama un accidente, Dios lo llama una abominación. El hombre lo llama un paso en falso, Dios lo llama ceguera.

El hombre lo llama un defecto, Dios lo llama una enfermedad. El hombre lo llama el azar, Dios dice que es una decisión personal. El hombre lo llama un error, Dios una enemistad.

Para el hombre es algo fascinante, para Dios es algo fatal. El hombre lo llama una debilidad, Dios lo llama iniquidad. El hombre lo llama un lujo, Dios lo llama una lepra.

El hombre lo llama libertad, Dios lo llama libertinaje. El hombre lo llama equivocación, Dios lo considera una locura. Lo que para el hombre es una flaqueza, para Dios es un acto deliberado en contra de su autoridad. No hay necedad más grande que la de aquel enfermo que llama a su cáncer “una dolencia” sólo porque no quiere afrontar la realidad, temiendo al futuro, sin darse cuenta que el futuro es más funesto cuanto más se demore el llamar y tratar a su enfermedad por su nombre. ¿Verdad?

Muchos seres humanos creen en Dios pero evitan la realidad de que viven en pecados para dejar en paz sus mismas conciencias que le dictan que habrá un juicio futuro del que piensan salir limpios. Otros, a la inversa, niegan la existencia de Dios para erradicar de sus mentes el juicio futuro que, de haber, les condenaría sin remedio.

Ni lo uno, ni lo otro es sabio. Ni negar la existencia de Dios, ni negar la existencia de mis pecados. Llamemos las cosas por su nombre sin temor a Dios, que es amplio en perdonar y está hecho, en esencia, de amor.

Pensamiento del día:

Negar mi enfermedad, es peor que la enfermedad en sí misma.