Nadie es imprescindible, pero algunos nos hacen creer lo contrario. O en el peor de los casos nosotros mismos nos lo creemos. Basta con chequear de cuántas cosas nos hacemos cargo durante el día para comprobarlo.

Vendemos al mejor postor una fachada de abnegación y sacrificio extremo y de servicio desinteresado por todos y para todos. Se supone que ¨Nadie hace las cosas como uno las hace¨. Los demás se acomodan a este personaje. Se nutren de una personalidad así, pero a la vez, pierden el potencial propio a costa de nuestra entrega desmedida. Consciente o inconscientemente anulamos a las personas con nuestro perfeccionismo, autosuficiencia y protagonismo.

Detrás de aquellos que se creen imprescindibles hay una gran carencia de afecto. Se busca por medio de dichas conductas, ser aceptado y ser querido. Por el miedo a perder las relaciones o a recibir rechazo, tomamos cada asunto de la vida como responsabilidad pura y absolutamente nuestra.

Así, nos enfocamos tanto en las necesidades de los demás, que perdemos el foco de nuestras propias necesidades. Apagamos nuestra propia luz para encender luces ajenas.

A personas así siempre les falta hacer algo más para dejarse satisfechas a sí mismas. Creen que los demás necesitan ser saciados por uno todo el tiempo y se convencen de que esta dinámica es así. Frases comunes son: ¨Si no lo hago yo ¿Quién lo va a hacer?, “Nadie hace las cosas como yo las hago”, “Yo puedo”, “No estoy cansado”, Etc.

Saber delegar responsabilidades es sano. Los demás también tienen cualidades para hacer cosas. Quizá de modo diferente, con otro estilo, pero pueden. Jesús no te impone esa carga. Te invita al descanso, a la responsabilidad. Te llama por tu nombre, porque eres Único pero no imprescindible.

Pensamiento del día:

Corre riesgo de enfermarse quien abarca demasiado.