“Venciéndote a ti mismo, vencerás” Este conocido adagio militar encierra una de las lecciones más caras de la vida. El hecho de la renuncia, la abnegación y la entrega personal como trampolín para una vida de victoria. El paso del tiempo nos va enseñando que el mayor obstáculo a franquear para alcanzar las metas propuestas soy yo mismo y que la mayor amenaza en la formación de un carácter estable es mi propio egoísmo e impaciencia. El apóstol Pablo encontró el secreto de esta lucha personal, íntima y oculta, que se gesta en el interior de nuestro ser. Él se sometió a una disciplina diaria de auto negación constante hasta decir: “Me hago mi propio esclavo”.

Ese es el secreto para la formación de mi carácter. Claro que esto es un proceso lento. Siempre que tratemos de eludir los capítulos amargos de la vida y evitemos el concepto de someter prejuicios, planes, y anhelos personales, interferimos en el proceso, retardamos nuestro crecimiento y nos exponemos a sufrir una clase de dolor que es aún peor, el dolor sin sentido que siempre acompaña a la evasión y el conformismo. Cristo nos enseñó que el sacrificio es el único camino a la exaltación. Con la cruz por delante, Él pudo orar en el huerto: “Padre glorifícame con aquella gloria que tuve contigo antes de que el mundo fuese” Es que cuando asumes las consecuencias eternas del desarrollo de tu carácter, no pronuncias oraciones tanto del tipo: “Consuélame, ayúdame a vivir sin contratiempos, líbrame de este mal rato” Orarás más bien “adáptame, transfórmame, moldéame, aunque me duela”. Sabrás entonces que estás en proceso de maduración viendo la mano de Dios obrar en las circunstancias más variadas, confusas y aparentemente vanas de la vida.

Este sometimiento a su voluntad y esta decisión de vencerme a mí mismo con la meta de ser un triunfador, se obtiene y se mantiene sólo con tu vida centrada en Dios.

 

PENSAMIENTO DEL DÍA: El mayor obstáculo a franquear para alcanzar las metas propuestas soy yo mismo.