Cuatro años después de haber ganado 400.000 dólares en la lotería, el vendedor de automóviles de segunda mano Jhon Nicholson dijo a un periodista que él y su esposa se habían divorciado. Él había sido encarcelado durante un mes porque debía 44.800 dólares al banco. “Estaba contento antes de ganar aquella suma”, dijo. “Maldigo el día que gané la lotería”. “El hombre más pobre que conozco, es el hombre que tan sólo tiene dinero”, dijo Jhon Rockefeller. Sin embargo, en el apogeo de su fama multimillonaria, este magnate fue reporteado por un periodista que le preguntó: “Señor Rockefeller, usted es el hombre más rico del mundo, si hay algo que deseara hoy ¿qué sería? ¿Qué pediría? ” A lo que el millonario respondió: “Un millón de dólares más. Sólo uno más.”

En verdad, la satisfacción que dan las riquezas es sólo temporal. No sacian, no llenan. Tienen ese sabor dulce a conquista mezclado al amargo sabor de la insatisfacción y la frustración por lo que no pude conseguir. Se llega a un punto de infantilismo sensual donde, en lugar de estar contento y satisfecho con lo que tengo, me siento triste por lo que no tengo y siempre quiero un poco más. En cambio, dice el apóstol Pablo que no hay receta mejor que la piedad acompañada de contentamiento. Cierto día, el gran Alejandro Magno, intrigado por la fama y la sabiduría del filósofo griego Sócrates, se dirigió a su humilde morada para hacerle una propuesta. Al llegar se asombró de ver que este renombrado hombre vivía en una humilde cueva. “Pídeme lo que quieras y te lo daré, hasta la mitad de mi reino”, le dijo el emperador, parado a la entrada de la cueva”. “Sólo una cosa, mi rey, necesito”, dijo el sabio. “Dime qué es”, “que se haga a un lado, porque me está tapando el sol”, respondió Sócrates. Es que en realidad no es más rico el que más tiene, sino el que menos necesita.

Pensamiento del día: ¡Cuidado! Cuando lo que posees comienza a poseerte a ti, estás en graves peligros.