Cuando Bob Ziemer y su esposa Marie llegaron a Vietnam como misioneros evangélicos, quedaron impresionados por lo que vieron una noche. Era una ceremonia sagrada para aplacar la ira de los espíritus. Un búfalo era conducido a una explanada y atado a un poste. Allí, comenzaba su martirio. Primero cortaba uno por uno sus tendones obligándole al animal a moverse apoyado en sus mutiladas piernas. Pero esto recién comenzaba. Luego, cada hombre de la tribu clavaba su lanza en el cuerpo del animal hasta que este se derrumbaba. Con el búfalo ya en el suelo, agonizante aún, introducían una caña de bambú por una de las heridas de su vientre y la empujaban hasta su corazón clavándola en él. En el otro extremo de la caña, unos cuencos de arcilla recogían la sangre directamente del corazón y con ella salpicaban a sus enfermos supuestamente acosados por algún mal espíritu, salpicaban las casas, los animales, la cosecha, y los niños. Este ritual primitivo e ineficaz lo repetían vez tras vez.

La Biblia nos habla de otro ritual análogo y quizás más brutal que aquel. Fue un ritual sagrado, un pacto entre Dios y Su Hijo Jesús, una ofrenda voluntaria también teñida con sangre. Aquel día, en el monte Calvario, a las afueras de Jerusalén, el Hijo de Dios se entregaba voluntariamente para ser sacrificado. Su sangre presentada ante la demanda de justicia de un Padre amoroso pero ofendido por sus criaturas, efectuó la obra eficaz, eterna y perfecta sobre cuya base hoy todo ser humano sí puede conseguir la paz. Sólo basta con creer en esta obra y recibir con corazón humilde y sincero sus beneficios. Búscale a Él, es el único que pagó el precio de tu paz con su sangre.

PENSAMIENTO DEL DÍA: LA MUERTE DE CRISTO FUE TAN CRUEL COMO GRANDE FUE SU AMOR POR TI