Las luchas de poder se producen cuando alguien cree que ha perdido autoridad y quiere recuperar la sensación de control. Traen como resultado sentimientos negativos y es bastante difícil llegar a una solución satisfactoria, si no imposible. Los hombres pretenden controlar a otras personas y luego se sienten culpables por haber perdido la paciencia. Los niños se enfadan, se deprimen y fantasean sobre la manera de retomar el control sobre sus padres.
La sensación de pérdida de poder comienza a menudo a una edad temprana, y los padres que han experimentado esa sensación suelen transmitírsela al menos a uno de sus hijos, probablemente a aquel que tiene rasgos de carácter parecidos y que al padre no le gustan. Por tanto, las personas pueden evitar las luchas de poder siendo sinceros sobre lo que no les gusta de sí mismos. Comprenderse a sí mismo a través de la conciencia de uno mismo mejora nuestras relaciones interpersonales. Para resolver las luchas de poder tome nota de los siguientes consejos:

1. Haga preguntas en lugar de órdenes.
2. Tenga un lugar donde esconderse cuando se desencadene una lucha de poder.
3. Proporcione a su prójimo más de una opción para elegir.
4. La persona a quien usted tiene que controlar es a sí mismo, no al otro.
5. Soltar una carcajada en mitad de una lucha de poder consigue pararla.

Como ves, el ser humano conlleva un potencial interior, un instinto de dominio que si bien no inherentemente malo, puede conducirnos a extremos peligrosos del carácter humano. Un antiguo adagio militar dice: Venciéndote, vencerás” La meta en las diferencias que se presenten en las relaciones interpersonales no debe ser controlar al otro sino más bien controlarme yo. El dominio propio es una virtud extraña al comportamiento humano y fruto de obrar del Espíritu Santo de Dios en tu interior. Pídele a Dios que te conceda el don del Espíritu Santo por la fe en su Hijo Jesucristo y serás capaz de controlarte tu mismo e influenciar en los demás con tu ejemplo y servicio.

PENSAMIENTO DEL DÍA: El dominio propio es una virtud extraña al comportamiento humano y fruto de obrar del Espíritu Santo de Dios en tu interior.