En Egipto, hay una clase de buitres a los que les gusta comer huevo de avestruz. Pero como no pueden romper la dura cáscara con su pico, toman piedras de hasta 1/5 Kg. de peso y la arrojan desde la altura, a veces hasta 30 metros una y otra vez en dirección al huevo hasta que una de esas piedras da en el blanco y la cáscara se rompe. Los biólogos afirman que este comportamiento no es genético sino adquirido, ya que esos buitres en condiciones de cautiverio no lo hacen.

Las piedras que tiramos a nuestros semejantes, piedras de crítica y murmuración, también es un comportamiento que aprendemos de nuestros padres. En esta sociedad altamente competitiva, la crítica y la degradación verbal son un arma de destrucción masiva muy usada para escalar posiciones. Se usa en empresas, política, iglesias y cuanto grupo humano o ambiente de convivencia exista. En la Biblia tenemos el relato de un tal Simei que persiguió al rey David en un momento muy triste, en el que le tocaba huir de su propio hijo por una revolución interna, arrojándole piedras desde los cerros y saltando de furia de un lado a otro maldiciéndolo.

Todos tenemos un Simei adentro que está dispuesto a tirar piedras al que pasa a nuestro lado por rencor, envidia o celos. Tal vez tengamos que escuchar otra vez de labios del Señor Jesús: “El que de vosotros esté sin pecado arroje la primera piedra” Cuando nuestra vida se carga de rencores antiguos, celos y envidia, de ese espíritu de competencia y esa sed de prestigio que no respeta ni siquiera a familiares, amigos de años y hasta autoridades; el alma se envenena, el rostro se endurece y la vida se amarga por completo. Sólo Jesús, aquel que soportó las piedras, puede capacitarte para soportar y transformarte para que no te asemejes a aquellos cuervos. Debes saber que no puedes dinamitar la casa de tu vecino sin que se debiliten los cimientos de tu propia casa.

 

PENSAMIENTO DEL DÍA: Debo saber que no puedo dinamitar la casa de mi vecino sin que se debiliten los cimientos de mi propia casa.