Vivimos, hace algunos meses, uno de los eventos deportivos de mayor envergadura a nivel mundial. Atletas de varios países desfilaban por la pista en el acto inaugural de los juegos olímpicos: “Río 2016”. Mientras las diferentes disciplinas culminaban sus pruebas, el medallero olímpico se iba tiñendo de color oro, plata y cobre. En los podios de premiación, delegados del Comité organizador y celebridades del mundo de los deportes entregaban las respectivas medallas a los vencedores. Una y otra vez la ceremonia se repetía. Se anunciaban los ganadores del tercer, segundo y primer puesto (en ese orden).

Cada uno de ellos subían emocionados y entre un mar de aplausos y, llegando al estrado, inclinaban sus cabezas para dejar que le pongan su medalla en el cuello. Trofeo que lucen radiantes ante los flashes de cientos de cámaras. En uno de los reportajes, uno de sus atletas dijo, haciendo alusión a dicho momento: “La vida de los atletas olímpicos es muy sacrificada. Durante años entrenamos noche y día sin claudicar. No bajamos jamás nuestra cabeza si queremos bajarla ahora, al recibir la medalla”.

Si hubo en la historia del cristianismo alguien que nunca escapó al sacrificio como precio de seguir a su Señor, Pablo destaca como principal exponente. Él dijo: “Yo ya estoy para ser sacrificado. El tiempo de mi partida está cerca. He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe. Por lo demás, me está guardada la corona de justicia, que me dará el Señor, Juez justo, en aquel día. Y no sólo a mí, sino también a todos los que aman su venida”. 2° Timoteo 4

Estamos siendo espectadores de cierto cristianismo cómodo, de cierta devoción superficial. Cierto estilo de vida hedonista se ha filtrado en la vida de piedad. El concepto de sacrificio ya es ajeno a nuestro concepto moderno de religión. Ignoramos que todo aquello que no esté impregnado con el aroma del sacrificio es intrascendente. En cambio, lo que nos cuesta, lo que nos duele, lo que se siembra con lágrimas, solamente eso tendrá rédito eterno y trascendencia.

Pensamiento del día:

No bajes nunca tu cabeza, si lo que quieres es poder bajarla al final, para recibir tu medalla.