En la experiencia de la esposa del Rey, en la hermosa novela titulada: “Cantar de los cantares” o “La mejor canción de amor de Salomón”, en la Biblia, este romántico monarca vestido con ropas humildes conquistó el corazón de la pobre sulamita. En el capítulo 2:14, abre ese corazón enamorado y dice: “Muéstrame tu rostro, hazme oír tu voz, porque dulce es la voz tuya y hermoso tu aspecto”.

Él deseaba escuchar la voz de su novia más que nada en el mundo. Como analogía de la relación del Señor con su iglesia, entendemos que a Él le gusta oír nuestra voz cuando oramos. Lo triste es que a nosotros no. (Por lo menos eso es lo que damos a entender con nuestra raquítica vida de devoción). Alguien dijo que la oración es para el espíritu, como el oxígeno para el cuerpo. Sí. La oración es la respiración del alma. Es la evidencia de vida espiritual. Te oxigena, te da aliento, la necesitas para desahogarte. Lo más lindo del momento de orar es que te sientes en contacto con lo eterno.

Entras en una dimensión especial, diferente y única. ¡Es increíble, pero así de real! La oración, entonces, debería acercarnos más a Dios que a sus respuestas. O sea que orar, más allá de esperar lo que Dios responda, es el método para sentir o vivir la cercanía de Dios.

Todavía no recibiste lo que pediste, pero ya puedes salir de tu recámara con “la paz de Dios que sobrepasa todo entendimiento”, porque sabes que Dios te escuchó, y el hecho de haber estado un ratito con el Creador de los Océanos y las Cordilleras, te deja tranquilo. Muchos de nosotros usamos del recurso de la oración como las mangueras detrás del cristal en centros públicos con el cartel: “En caso de emergencia rompa el vidrio”.

Sí, cuando el peligro nos acosa lanzamos una oración de emergencia al cielo esperando que Dios apague nuestros incendios. Pero Él no es tu bombero voluntario. Es tu novio, tu esposo, tu Padre y desea oír tu voz. ¿Por qué no ahora?…

Pensamiento del día:

La estatura espiritual de un hombre es proporcional a la estatura de su vida de oración.