Pretender vivir la “Vida de Cristo” sin estar dispuesto a pagar el precio de morir su muerte, es tan utópico como exigirle a una semilla que forme la nueva planta sin ofrecerle las condiciones ideales para que primero muera como un grano bajo el suelo, hunda sus raíces y germine.

Creo que la tragedia del cristianismo de hoy radica en el hecho de que exigimos a los creyentes a vivir “conforme” o “de acuerdo” a lo que Dios pide en su Palabra cuando ni siquiera hemos comprendido los rudimentos de la identificación con Cristo en su muerte y en su cruz.

En pocas palabras pretendemos vivir la vida de Cristo sin morir su muerte. Esto no funciona. Antes de resucitar Jesús debió ser sepultado, y antes de ocupar su lugar en la tumba de José de Arimatea, tuvo que experimentar la muerte. Sí, en un aspecto muy cierto, la puerta de entrada al sepulcro fue, al mismo tiempo, el acceso a la vida nueva de Dios, fue el paso inicial hacia su resurrección. El cristiano moderno pretende experimentar las gracias de la nueva vida en Cristo, su gloriosa victoria frente al pecado y Satanás, sin antes pasar por la cruz y atravesar su sepulcro.

Toda la Biblia de tapa a tapa declara a gritos que es imposible vivir sin primero morir. Perdemos el tiempo enseñándoles a los cristianos a vivir la vida nueva sin desafiarles a que se consideren muertos a su vieja vida. Cuando esto sucede optamos por el recurso de la imitación de Cristo. Nunca fue esta la enseñanza de los apóstoles. Ellos no vivieron imitando a Cristo ¡Él continuó viviendo a través de ellos! Cristianismo no es actuación, es identificación, apropiación y fe. Fe que en aquella cruz, hace exactamente 2016 años, no solo murió Cristo, también moriste tú y tu antigua forma de vida. Con Él fuiste sepultado y al tercer día resucitaste a una vida gloriosa y triunfal. Cada vez que te bajes de esa cruz, te verás obligado a vivir frustrado por intentos vanos de imitación inútil.

Pensamiento del día:

“Señor: Enséñame a morir para que aprenda a vivir”.