Prometemos lealtad en todos los ámbitos de nuestra vida. A veces incondicional y perpetua (como los votos maritales), otras condicionadas y cotidianas como mi compromiso laboral diario o mis obligaciones familiares.

Algunos se esfuerzan por cumplirlas con responsabilidad haciendo honor a sus palabras, otros viven vidas displicentes e irresponsables faltando a sus obligaciones y rompiendo sus votos a cada paso. Esto es trágico, pero mucho más trágico se torna aun cuando esas promesas incumplidas van direccionadas a Dios. El texto arriba citado es tajante al respecto: “Vuestra lealtad es como nube matinal, y como el rocío de la madrugada, que se desvanece.” Son palabras de Dios y se pueden oír con cierto dejo de tristeza y melancolía. Como si Dios nos estuviera diciendo: “Confié en ti, invertí en ti, te rescaté, fui y sigo siendo fiel a mis promesas y ¡mira cómo me pagas!… Creo que no exagero con esta paráfrasis, ¿verdad?

La analogía con el rocío o la niebla matinal es perfecta, porque esta se desvanece al instante que el sol comienza a calentar la tierra. En la simbología bíblica el sol y el calor representan a los momentos de prueba y de crisis en la vida. Esos capítulos inesperados e indeseados que nos toca atravesar. Es justamente allí cuando se comprueba la verdadera vida de piedad, es entonces cuando los piadosos de alma y no de lengua se mantienen de pie.

Es fácil prometer fidelidad incondicional a nuestro Dios en medio de un día de fiesta, o en medio de un culto de alabanza rodeado de hermanos que también cantan promesas, muchos de ellos sin saber lo que dicen las letras de esas canciones. El tema es ver si esas palabras de lealtad a Dios se expresan con tanto fervor cuando sale el sol con su calor.

Cualquiera de nosotros es capaz de proferir votos para con Dios, esa es la parte fácil. La parte difícil es mantenerse fiel a ellos cuando la vida te invite a desestimarlos.

Pensamiento del día:

La lealtad legítima se comprueba en la adversidad, no en la abundancia.