Una paráfrasis simple de este texto bíblico sonaría así: Nuestro Padre Dios quería compartir su gloriosa creación con sus hijos. Para tal fin dispuso a su propio Hijo y lo capacitó a través de sufrimientos al estilo humano, para que sea Él quien nos lleve hasta alcanzar la meta.

Permíteme ampliar algo más refiriéndome a lo que creo gobernó la mente del autor sagrado mientras escribía. Lo que estimula nuestra identificación con Cristo como Mediador entre nosotros y Dios, es el hecho de conocerle, como dijera Pablo en Filipenses, en sus padecimientos, llegando aún a ser semejante a Él en su muerte. Pensar en un Jesús soberano, rodeado de gloria y majestad, omnipotente e inaccesible, es correcto, pero no me ayuda a verle como representante mío, de mis miserias, tribulaciones, despojos y fracasos. Pero alguien dijo y con razón que nunca soy más parecido a Cristo que cuando sufro y cuando oro en medio de esos sufrimientos.

Él se despedía. Quiso dejar como legado un cuadro de sí mismo que pueda guiar la mente de sus atribulados discípulos cuando se hallen solos, luego de su partida. Entonces escogió el cuadro patético, triste y trágico del huerto de Getsemaní. Huerto con olor a traición a abandono y negación vil y cobarde. Entonces, cuando ellos pasaron por el mismo segmento amargo de sus vidas, ese cuadro les consoló. Continuando con nuestro texto inicial, el proceso completo de la salvación de nuestras almas es efectuado por Dios el Padre, a través de la obra del Hijo con quien nos podemos identificar plenamente al verle así, despojado, traicionado y vulnerable. Pidiendo a sus amigos que le sostengan en oración. De ahora en más acude a Él aún en tus peores momentos que Él ya los transitó por ti. Echando mano de este recurso seremos salvos en el sentido más amplio de la palabra y compartiremos nada más y nada menos que SU GLORIA.

Pensamiento del día:

Nunca soy más parecido a Cristo que cuando sufro y cuando oro en medio de esos sufrimientos.