Es interesante notar que de todos los evangelistas, el único que se detiene a narrar su propio llamamiento por parte del Mesías es Mateo, o Leví, como también se lo llama. En el caso de Juan, por ejemplo, ni siquiera se atreve a mencionarse él mismo. “El discípulo amado”, es el nombre que escogió para esconderse en el anonimato más humilde. Tampoco Pedro, al dictar a Juan Marcos su versión de los hechos se atreve a mencionarse a sí mismo. Pero Mateo sí.

Quizás tú pensarás que debe ser por dos motivos: O porque es orgulloso, o porque era un personaje dignísimo, merecedor de ser destacado. No. Ni lo uno ni lo otro. Más bien, cuando se refiere a su llamado en al capítulo 9:9-13, recuerda su oficio: Recaudador de impuestos o Publicano. Estos recaudadores de impuestos eran odiados por sus congéneres, quienes los consideraban traidores al judaísmo y vendidos a al imperialismo romano para quien juntaban el dinero de los empobrecidos israelitas, encarcelando aún a sus propios hermanos si no pagaban el tributo al César.

Además que ellos se enriquecían ilícitamente en sus ganancias. Cuando Mateo hace referencia entonces a su llamado, en otras palabras dice: A mí, que era la lacra de la sociedad, el odiado de los odiados, el marginado junto a mi familia, el detestado, a mí, a mí el Señor se dignó aceptarme, llamarme, y recibirme. Dice el texto sagrado de

Mateo que en aquella ocasión este le hizo a Jesús una cena en su casa, como gratitud por haber sido escogido como miembro de su élite privada. Pero en verdad fue mucho más que una simple cena. Nos dice Lucas ¡que fue un gran banquete! (5:29) No se registra ni una sola palabra de este discípulo en los 4 evangelios, pero su ejemplo de humildad habla por sí solo.

Ahora entiendes porque Mateo dejó todo “al instante” para seguirle. Nunca olvidaría aquel día en su vida. Desvalorado por todos, apreciado por Dios. Marginado de todos, aceptado por Dios. Juzgado por todos, perdonado por Dios. No digno de confianza de parte de nadie, comisionado por Dios para trabajar en su Reino. Y tú ¿recuerdas ese día? Debes vivirlo. Eso te cambiará para siempre.

Pensamiento del día:

El llamado de Dios es superior que nuestras debilidades.