Y así termina este relato con tres personas en distintos lugares, de un lado de la puerta, el hijo menor, el que había malgastado los bienes de la familia con rameras y farras, pero que se había arrepentido y confesado su pecado, asombrado por el banquete con que se le recibió y en medio de aceptación y danzas de júbilo. Del otro lado de la puerta, el otro hijo, el mayor, el que mantuvo en todo momento una conducta intachable, el que vivía en el estricto cumplimiento de las leyes de la casa, igual que aquellos fariseos del versículo 2 que escuchaban la parábola. Con su corazón lejos del padre. En fin, un hijo amargado y rencoroso. Y en el medio de ambos, parado en la puerta, con un pie adentro y con otro afuera, el Padre, ese Padre amoroso que perdona a los unos y es paciente con los otros, este padre que es el protagonista de esta historia. En verdad, esta es la historia de un padre y dos hijos lejos, no uno. El menor lejos de la casa, pero el mayor, aún en la casa pero lejos del padre. Su corazón estaba lejos, aunque su cuerpo y su servicio cerca.

Y tú ¿de qué lado de la fiesta estás?… Tres opciones:

1) Lejos por tu pecado, avergonzado, orgulloso, desesperanzado.

2) Cerca pero afuera. Asistes cada día a la iglesia. Observas los mandamientos, cumples con las formalidades, pero no amas al Padre.

3) Humillado, perdonado, arrepentido y disfrutando de la fiesta de la Gracia. ¿De qué lado estás?… ¿El Padre? Como siempre. Sus brazos extendidos, su oído atento, su disposición a perdonar, su invitación al diálogo.

Debes dar el primer paso. Entonces sentirás desde lejos la música de la fiesta de bienvenida, el olor grato de ese pan recién horneado y el rostro sonriente del Padre que te está esperando con sus brazos abiertos. ¿Irás a su encuentro?

Pensamiento del día:

Este pueblo de labios me honra, pero su corazón está lejos de mí. (Jesús)