El magnífico pasaje de la Epístola de Santiago, en su capítulo uno referente a la actitud que tomamos frente a la Palabra de Dios sigue dando de qué hablar. Allí, Santiago compara a la Biblia con un espejo. Así, cuando el lector del texto sagrado se para frente a ella es como si se parara frente a un espejo que refleja la verdadera imagen. Cuando esto hacemos, (en especial las mujeres que pasan largas horas en esta terapia), tenemos dos actitudes: Tomar las correcciones pertinentes y arreglar las cosas que el espejo me mostró que están desprolijas, o hacer caso omiso y salir del baño igual que como entré. El ridículo lo hacemos nosotros cuando salimos así a la calle, obvio. Pero hay una situación bastante peculiar que se vive también frente al espejo. Es el impacto que recibes cuando lo que se deja ver no es sólo tu rostro sino todo tu cuerpo desde los cuatro ángulos. Si alguna vez usaste un baño lleno de espejos, al salir de la ducha en “traje de Adán” comprenderás a lo que me refiero. ¿Ese soy yo? ¿Así me veo desde este ángulo?… Bueno muchos salimos deprimidos luego de una experiencia así. Pero el punto no es cómo salgas o qué es lo que más te impresionó, sino lo que hagas al respecto. Este pasaje dice que si me voy y me olvido de lo que vi soy un “oidor olvidadizo de la Palabra”, no un hacedor de ella. Esta actitud displicente a nada conduce. En verdad de nada sirve leer la Biblia sino no voy a poner en práctica sus principios ni voy a corregir las cosas en mi vida que ella me marca que deben ser corregidas. Alguien dijo: “En el día del juicio no se te preguntará qué leíste sino qué hiciste”. En verdad, más condenación acarreas sobre tu cabeza porque más sabías, más aprendiste, más te advirtieron y no hiciste caso. Así que de ahora en adelante si vas a abrir tu Biblia y leerla, primero dile a Dios que te dé las fuerzas y la valentía para poner en práctica lo que Él te marque.

Pensamiento del día:

En el día del juicio no se te preguntará qué leíste sino qué hiciste.