Cada mañana, la escena se repetía. Encorvada por el peso de su carga, una anciana caminaba lenta y quejosamente por las playas del lago Michigan cargando un pesado cubo de agua rumbo a su cabaña. Sus pies descalzos y heridos por las afiladas rocas, aumentaban el martirio al andar. Sus manos deformadas por el reuma, apenas lograban sujetar, sin que se caiga, la tan preciada carga. Pero esta mañana, su observador notó algo diferente. Alguien le había regalado un yugo de madera a aquella mujer. Ahora, cruzando el travesaño por los hombros, el esfuerzo era menor. Pero al fin de cuentas, no se quitó el sufrimiento. Las mismas piedras, las mismas heridas, el mismo peso, la misma fatiga. No dudó. Bajó aprisa por las escaleras del piso superior, detuvo a la anciana en su andar y le dijo: “Abuela, permita que yo comparta la carga.” Se puso bajo el yugo, del lado más pesado y juntos, joven y anciana, continuaron el viaje rumbo a la cabaña. Una historia análoga sucedió con cada uno de nosotros en el encuentro con Jesús. Un día, Dios observó desde su balcón de gloria nuestro pesado andar por la vida, nuestra pesada carga. Nos detuvo y nos hizo la invitación más hermosa: “Llevemos juntos el yugo”, compartamos la carga, deja de llorar, deja de sufrir. A partir de aquel día, hemos echado toda nuestra ansiedad sobre Él sabiendo que Él tiene cuidado de nosotros. El hombre y la mujer nacen con una mochila vacía que poco a poco se va cargando de “cosas” pesadas. Obligaciones, placeres que enredan, rencores antiguos, envidia y malos recuerdos. Toneladas que presionan, agitan y ahogan hasta impedirnos respirar y movernos con libertad. Sólo Aquel que tuvo los hombros más fuertes del mundo, pudo llevar, por su gran amor, la carga más pesada de todas: El pecado de todos nosotros. Es triste ver, aún hoy día, muchos que andan por ahí cargando su vida y no permiten que Él lleve la carga. Es más fácil, es más seguro, más placentero. “Echa sobre Jehová tu carga, que Él te sustentará.”

Pensamiento del día:

Cristo ya transitó la Vía Dolorosa, para que tú hoy camines, por una senda hermosa.