En las “cortas cartas” que escribiera Jesús a las siete iglesias de Asia Menor, una frase concluyente se repite las siete veces: “El que tiene oídos para oír que oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias.” ¿Será que los oídos sirven para otra cosa aparte que para oír?… Parece que sí. En nuestros tiempos, por lo menos, también sirven las orejas para colgar nuestros lentes, y de hecho creo que hay muchos que solamente las tienen para eso, nada más. No son sordos pero no oyen lo que deben atender. Tienen oídos, pero lo que se les dice les entra por un lado y les sale por el otro. Se han hecho sordos, sordos de mente, de corazón, de conciencia. No todos, obvio, pero muchos sí. Es en este contexto que se comprende la denuncia del Señor a la séptima iglesia, la de Laodicea. “Si alguno oye mi voz”. Evidentemente Muchos no la oían, no se dice que sean sordos, pero el Señor estaba desde hace tiempo parado y nadie respondía a su llamado. Otra versión de este texto de 3:20 de Apocalipsis reza: “Mira, aquí me tienes, parado llamando”. ¿Qué llamados de parte del cielo estamos desoyendo? El llamado a la comunión, en primer lugar. Esa es la denuncia aquí. De ahí que Jesús exprese que deseaba que le abran para entrar y comer, es un llamado a la charla, al diálogo, a la sobremesa, a la comunión íntima de dos amigos. También el llamado a la santidad es otro llamado desoído. En este mundo hedonista en que vivimos, levantar la bandera de la castidad en los solteros y la santidad y fidelidad de los casados parece que pasó de moda. Santidad no sólo de cuerpo sino también de ojos y mente. Otro atalaya que toca su trompeta y pocos le prestan oídos es el de la familia. La familia se disuelve, se desintegra. Ya no sirve (dicen los sociólogos), es mejor la unión libre, ya sea de dos personas del mismo sexo o no, no importa, se debe respetar la libertad de elección… Así estamos. Con oídos que no quieren oír. Pero habrá un día, no muy lejano, que aunque no quieran deberán escuchar el veredicto final, y entonces será demasiado tarde.

Pensamiento del día:

“He aquí yo estoy a la puerta y llamo. Si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él y cenaré con él y él conmigo”. (Apocalipsis 3:20)